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El profeta en su tierra (TOC4-13) por JR Flecha

“Antes de formarte en el vientre te escogí…Te he nombrado profeta de los gentiles…No les tengas miedo…Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte”. Sobre este oráculo del Señor se asienta la vocación profética de Jeremías (Jer 1, 4-5. 17-19).

Su misión no brota de una decisión personal, sino que se debe a la elección gratuita e incondicional por parte de Dios. A la elección sigue el envío para anunciar la palabra de Dios a los paganos. Y el envío es sostenido por una protección continua de Dios. Elección, misión y protección. Tres tiempos de la misma vocación.

Muchos creyentes han llegado a descubrir en su propia vida esos tres momentos de la presencia de Dios. Por supuesto, la Iglesia entera se sabe destinataria de esa vocación profética de anuncio y de denuncia. Y de alguna forma, en ese camino se encuentran todas las personas que buscan un sentido para su vida y luchan por una sociedad más justa.

PALABRAS DE GRACIA

Pero la misión del profeta no es fácil. En la sinagoga de Nazaret, Jesús leyó un texto que se encontraba en el libro de Isaías. Y tuvo la osadía de añadir: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21). Se suele decir que, admirando sus palabras llenas de gracia, las gentes de su pueblo primero lo aceptaron y después lo rechazaron.

Pero tal vez hay que revisar esa traducción. Los vecinos de su pueblo, dieron testimonio contra él, escandalizados por su pronunciamiento a favor de una gracia universal. Jesús se arrogaba la misión de pregonar el jubileo de la reconciliación, pero había que omitir las palabras proféticas que anunciaban la venganza de Dios.

Jesús se presentaba como el profeta de un Dios misericordioso. Un Dios que acogía también a los extranjeros y a los paganos. Se comparaba a sí mismo con Elías, que atendió a una viuda de las tierras de Sidón, y con Eliseo, que curó al leproso Naamán, llegado de Siria. El Dios de Jesús era incompatible con las fronteras de los nacionalismos.

MENSAJE Y MENSAJERO

Las gentes de la aldea en la que Jesús se había criado no podían soportar que el hijo de José les cambiara su idea de Dios. Evidentemente, lo consideraron como un blasfemo. Y, según la Ley de Moisés, los blasfemos habían de ser castigados con la muerte (Lev 24,16).

• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. El evangelio pone en boca de Jesús este refrán. Él fue rechazado en el pueblo donde se había criado y por las gentes con las que había convivido. También hoy los pueblos cristianos rechazan su doctrina y hasta su nombre.

• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. A lo largo de los tiempos, el refrán ha podido aplicarse a la Iglesia. Por fuerza habría de ser perseguida la comunidad que trata de predicar la reconciliación entre las gentes y las comunidades divididas y enfrentadas.

• “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. Bien lo saben los evangelizadores de hoy. Sus vecinos y parientes, por al no aceptar el mensaje de la gracia, rechazan también al mensajero que lo anuncia.

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