Divanes
lujosos sobre los que se recuestan los comensales. Espléndidos banquetes,
Música escogida. Vinos de solera y los mejores perfumes del mercado. Esos son
los ingredientes de los acomodados, tal como los percibe Amós (Am 6, 1. 4-7).
Él es un pastor venido de la estepa. Y ese lujo le hace presentir un desastre
nacional.
Nunca
pretendió ser profeta. Pero de sus labios brota una profecía que resuena como
un trallazo: “Irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía
de los disolutos”. En este texto el profeta no denuncia una especifica
inmoralidad. Sí que lo hará en otros pregones, al clamar contra la injusticia
que soportan cada día los más pobres (Am 8, 4-7).
Sin
embargo, ya la sola ostentación de esa vida acomodada le parece al pastor una
blasfemia y un insulto a Dios. Dios no es enemigo de la alegría y de la
felicidad del ser humano. Pero en la búsqueda exclusiva de las satisfacciones
hay un riesgo innegable de abandonar el camino que lleva a la felicidad.
EL CAMBIO
DE SUERTES
Este
pasaje de Lucas es más explícito al presentar el doble escenario en que se representa el drama de la humanidad.
Hay un hombre que demuestra su riqueza por sus vestidos de lujo y por los
espléndidos banquetes que organiza cada día. Y un mendigo hambriento y cubierto
de llagas, al que sólo se acercan los perros (Lc 16, 19-31).
El
contraste es violento y ofensivo. El rico no tiene nombre: sólo tiene riquezas.
El mendigo tiene nombre y dignidad. Se llama Lázaro. A pesar de sus
diferencias, la muerte alcanza a los dos. En un segundo acto, más allá de la
frontera de la vida, de nuevo se diferencian los dos. Pero la suerte ha sido
profundamente cambiada.
El pobre
participa de la herencia de Abrahán, mientras el rico es sepultado en el
infierno y atormentado por sus llamas. La desgracia del pobre se torna ahora en
consuelo, mientras que el fasto del rico se convierte en tortura. Ante las
súplicas del rico queda claro que la suerte ha sido cambiada, sin posibilidad
de tránsito de un lugar a otro.
LA
PALABRA Y LA VIDA
Todavía
hay un tercer acto. El rico dirige dos
nuevas súplicas en favor de sus hermanos. Desea que el padre Abrahán envíe a
Lázaro para que les advierta del riesgo que corren de caer en el mismo lugar de
tormentos. Las dos respuestas de Abrahán pueden aplicarse a todos los siglos de
la historia:
• “Tienen
a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
La escucha de la palabra de Dios es el primer paso en el camino de la
fe. En ella encontramos el camino de la luz y de la vida. Los creyentes en el
Dios que habla no podemos ignorar su palabra.
• “Si no
escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un
muerto”. Nuestra fantasía y nuestro afán
de novedades nos seducen. No son las apariciones las que nos revelan a Dios,
sino la palabra con que nos ha manifestado su amor y su justicia.
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