“El Señor
se arrepintió de la amenza que había pronunciado contra su pueblo“. Es el
hombre quien ha de arrepentirse de sus malos pensamientos, de sus malos deseos,
de sus malas acciones y omisiones. Por eso nos llama la atención que Dios se
arrepienta de un propósito que había formulado. Pero así nos lo dice el libro
del Éxodo (Ex 32,14).
Esta
frase se sitúa en el contexto de un episodio escandaloso. El pueblo de Israel
ha sido liberado por Dios de la esclavitud, pero parece confundir al único Dios
con uno de los ídolos que había visto en Egipto. Y decide adorar un ternero de
oro. Esa idolatría refleja su desesperanza y su nostalgia. En lugar de seguir
al Dios que nos libera y nos invita a caminar hacia adelante, también nosotros
preferimos refugiarnos en una comodidad adormilada.
El relato
bíblico nos dice que Moisés intercede por su pueblo ante el Señor. Le pregunta
si va a olvidar lo que ha hecho por Israel y las promesas con las que se ha
comprometido a protegerlo. Y Dios decide ser fiel a sí mismo, a pesar de la
infidelidad de su pueblo.
LA
PÉRDIDA Y EL HALLAZGO
Pues
bien, esta imagen de un Dios misericordioso y compasivo resume todo el mensaje
de Jesús. En el Evangelio según San Lucas esta idea de la compasión se refleja
en las tres parábolas de las pérdidas y los hallazgos. En el texto que hoy se
proclama leemos las dos primeras. Se nos habla de la pérdida de una oveja,
reencontrada por el pastor y de la pérdida de una moneda buscada por su dueña
(Lc 15, 1-10).
En ambos
casos se pasa del nerviosismo a la paz, de la búsqueda al hallazgo, y de la
soledad a la compañía. Ni el hombre ni la mujer gozan a solas de su
satisfacción. Quien encuentra la oveja comunica la buena noticia a los amigos.
Quien encuentra la moneda, comparte esa buena noticia con las vecinas.
En ambos
casos, los protagonistas exclaman con alborozo: “¡Felicitadme!” No pretenden
ser felicitados por la pérdida, sino por el hallazgo. La pérdida pertenece ya
al pasado. Y ante el gozo del hallazgo se olvida la fatiga de la búsqueda.
CONVERSIÓN
Y ALEGRÍA
Con todo,
la peripecia del pastor y de la mujer van más allá de sí mismas. Estas
parábolas apuntan a las relaciones del
hombre con Dios. Las dos parábolas se cierran con una hermosa conclusión que se
pone en boca de Jesús.
• “Os
digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador
que se convierta”. El pastor tiene cien ovejas, pero dedica toda su atención a
la que se ha perdido. Cada uno de nosotros merece la atención de Dios.
• “Os
digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador
que se convierta”. La mujer tiene diez monedas, pero entrega su tiempo y su
vida para buscar a la que se le ha perdido. Ni puede ni quiere prescindir de
ella.
• “Os
digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador
que se convierta”. Los justos son la alegría de Dios. Pero mayor alegría hay
cuando alguien descubre el bien, la verdad y la belleza que solo pueden
encontrarse en Dios.
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