“¿Quién
rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das
sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Solo así fueron rectos los
caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada; y la
sabiduría los salvó“. Una buena pregunta y una buena respuesta. No deberíamos
olvidar estas palabras del libro de la Sabiduría que que se leen en la misa de
este domingo (Eclo 3, 17-18.20).
Decimos
que hoy a nadie interesan las cosas del cielo. Que muchos viven “como si Dios
no existiera”. Pero en su carta “La Puerta de la fe”, Benedicto XVI escribía
que muchas personas en nuestro contexto cultural, aun no reconociendo en ellos
el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva
de su existencia y del mundo” (PF 10).
A unos y
a otros se nos dice que el camino no es fácil si no contamos con la sabiduria
de Dios. No se trata de saber más cosas, sino de saborear el proyecto de Dios,
de aceptarlo y de convertirlo en hoja de ruta para nuestra peregrinación.
RENUNCIA
Y LIBERTAD
En Jesús
se ha hecho carne esa sabiduría de Dios. Él nos precede por el camino. Nos
invita a seguirlo. Y a calcular nuestras fuerzas para construir la torre: es
decir para llevar la fe a su cumplimiento. En el evangelio de hoy (Lc 14,
25-33), Jesús señala tres relaciones que han de ser revisadas y repite tres
veces la referencia a sí mismo y el riesgo del desvío.
• La tres
relaciones nos remiten a los lazos familiares (v. 26), a la posesión y disfrute
de los bienes (v. 33) y al cómodo apego
a la propia vida (v. 26). No podemos vivir sin esos anclajes. Pero habrá que
ver si estamos dispuestos a verlos a la luz de la sabiduría de Dios. La llamada
al seguimiento de Jesús es una llamada a
la libertad. Ese es el punto de partida.
• Las
tres referencias a su persona señalan la característica propia del discipulado.
“Si alguno se viene conmigo”…, “detrás de mí”…,
“discípulo mío”. El itinerario es difícil, pero el Maestro lo ha dejado
bien trazado. Nadie va con el Señor para triunfar en la vida. La llamada a la
libertad es una llamada al seguimiento de Jesús. Ese es el punto de llegada.
• Junto a
esas tres relaciones y referencias, se encuentran otras tres negaciones: “No
puede ser discípulo mío”. Esa es la
grandeza de la libertad. La persona puede hacer su opción fundamental. Y esa es
la limitación de la libertad. Que no siempre nuestras opciones nos llevan a
vivir como discípulos del Señor y a construir la torre del Reino de Dios.
LA CRUZ Y EL CAMINO
“¿Seguís al Señor sin cruz? Pues no vais
tras él. Muchos se venían cuando predicaba en los montes, en el campo y en los
templos, y de cuantos siguieron entonces no hubo uno que le ayudase a llevar la
cruz... No hay quien se aparte del mal por Jesucristo y le ayude a llevar la
cruz”. Así predicaba San Juan de Ávila con palabras que recuerdan las de Jesús.
• “Quien no lleve su cruz detrás de mí no
puede ser discípulo mío”. No es el Señor quien nos impone la cruz. Creyentes o
no creyentes, algún día encontraremos el dolor. Basta esperar lo suficiente. A
todos nos tocará un día llevar nuestra cruz. Pero el Señor nos invita a
llevarla tras Él. Es decir, a ver cómo él nos precede en el camino y a seguirle
con su espíritu
•
“Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser dicípulo mío”. Esas
palabras no se dirigen solo al cristiano individual. Ese es el camino de toda
la Iglesia. No puede eximirse de llevar la cruz una comunidad que dice seguir y
confesar al Crucficado. La persecución no
es un accidente de la historia. La comunidad cristiana sabe bien cuál es
el camino del Señor.
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