“Mirad a
mi siervo a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero”. Estas palabras
resuenan en la primera lectura de la misa de hoy (Is 42, 1-7). Como se ve, se
ponen en la boca del mismo Dios. Pertenecen a uno de los poemas del “Siervo de
Dios”, que se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías.
Ese siervo
misterioso está lleno del Espíritu de Dios, promueve el derecho y la justicia,
no con violencia sino con la suavidad de los humildes. El Señor lo ha llamado, lo ha convertido en signo de su
alianza con el pueblo, lo ha hecho luz de las naciones y lo ha enviado a abrir
los ojos de los ciegos y traer la liberación a los esclavos.
Uno piensa que
en todos los tiempos de la historia se necesitaría un hombre como éste. Un
verdadero profeta. A él habría que volver los ojos en tiempos de inclemencia y
desorientación moral. Si de verdad echamos de menos a una persona como ésta, el
mundo no ha perdido la esperanza.
EL PRECURSOR Y
EL MESÍAS
Pues bien, la
comunidad cristiana ha visto en Jesús de Nazaret la realización histórica de
aquel poema. Jesús, es reconocido por el Padre como su Hijo predilecto. Está
lleno del Espíritu de Dios. Y es enviado para liberar a todos los oprimidos por
las maldades de la humanidad y por sus propios pecados.
El relato del
bautismo de Jesús que encontramos en el evangelio de hoy (Mt 3, 13-17) nos
resume la continuidad y la novedad que aporta Jesús a las tradiciones de
Israel. La antigua alianza, representada por Juan Bautista anticipa la nueva
alianza, la plenitud de la vida y de la santidad que representa Jesús.
Jesús no es un
pecador. No necesita el lavado de la purificación. El que está limpio no
necesita una nueva limpieza. Jesús no baja a las aguas de Jordán para
convertirse de una vida pecadora a una vida santa. La única razón para recibir
el bautismo de las manos de Juan es significar que acepta la voluntad de Dios.
DIOS Y SU HIJO
Las palabras
que Jesús dirige al Bautista nos revelan el hondo misterio de la vida y la
misión de Jesús:
• “Está bien
que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. En el bautismo de Jesús Dios se
hace presente. Al apoyar y garantizar la misión de su Hijo predilecto, Dios se
nos revela en Jesús de Nazaret.
• “Está bien
que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. La misión de Jesús comienza por la
aceptación de la voluntad de Dios. Y revela que Dios quiere continuar sus
relaciones de amor y misericordia con toda la humanidad.
• “Está bien
que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Jesús asume los rasgos que se
atribuían al humilde “Siervo del Señor”, según el libro de Isaías (Is 42, 1).
El signo de su misión salvadora no es el poder sino la humildad y el
abajamiento.
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