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El viento y la brisa, el mar y el temor Mt 14,22-33 (TOA19-14)

“Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar”. Así suena la voz que Dios dirige al profeta Elías, según se lee en la primera lectura de la misa de este domingo (1 Re 19,11). Elías fue elegido para restablecer  la fe en el verdadero Dios, en un momento en que el poder político había protegido y difundido el culto a Baal.
Consciente de su misión, Elías se dirige al monte Horeb. Bien sabe él que allí Dios se había revelado a Moisés y había ofrecido una alianza a su pueblo. Era preciso volver a los orígenes y reaprender el camino de la fe y de la fidelidad al Dios de la liberación.
 Elías esperaba descubrirlo en los grandes fenómenos de la naturaleza. Pero Dios no se presentó en el huracán ni en el terremoto ni en el fuego. Dios se mostraba finalmente en el suave susurro de la brisa.
Buena lección para los que esperamos una manifestación aparatosa de Dios y, mientras tanto, no prestamos atención a sus manifestaciones diarias. 

         EL MAR Y EL TEMOR

El viento huracanado aparece también en el evangelio que hoy se proclama. Mientras Jesús se retiró a orar a solas en el monte, sus discípulos navegaban en la barca, “sacudida por las olas porque el viento era contrario”  (Mt 14,24).
El relato parece una parábola en acción. El mar representa con frecuencia la fuerza del mal. En el mar encrespado, los discípulos se creen olvidados por su Maestro. Navegan con dificultad y, cuando ven a Jesús caminando sobre el mar, piensan que es un fantasma.
El Señor tiene una palabra de aliento para los que ha elegido: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” Pedro quiere llegar a Jesús caminando también él sobre el mar. Pero el viento le atemoriza y comienza a hundirse. En ese momento invoca a su Maestro: “Señor, sálvame”.
Sólo la mano  de Jesús lo mantendrá a flote. Es necesario reconocer su presencia aun cuando brama el temporal.  En  los tiempos de serenidad y en la hora de la persecución.

FE Y CONFIANZA

Sólo cuando Jesús y Pedro suben a la barca, amaina el viento. Pasado el miedo, reaparece la fe de los discípulos.
• “Realmente eres Hijo de Dios”. Esa es la confesión de los discípulos. Jesús no los ha ignorado. No se desentiende de esa barca que representa y preanuncia a su Iglesia. Él está cerca de ella, aun en los momentos más difíciles. 
• “Realmente eres Hijo de Dios”. Jesús no es un fantasma. Sólo la falta de fe nos lleva a imaginarlo de ese modo. En medio de las borrascas de este mundo camina sereno el que es el Señor de la historia. En él, la voluntad de Dios se manifiesta sobre el mal y el pecado.
• “Realmente eres Hijo de Dios”. En Jesús se manifiesta el poder y la bondad de Dios. Él es el Hijo de Dios. Es el Maestro y el hermano de sus discípulos. Esta barca de la Iglesia ha de presentarse como un lugar de salvación y de acogida para los náufragos de hoy.

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