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¡Qué grande es tu fe! Mt 15,21-28 (TOA20-14)

“A los extranjeros que se han dado al Señor… los traeré a mi Monte Santo y los alegraré en mi casa de oración”. Así decía un oráculo introducido en el libro de Isaías (Is 56, 6-7). Se dice con frecuencia que Israel odiaba a los extranjeros. Pero hay en los profetas  una tradición que proclama la universalidad de la fe y de la salvación.
En este caso se propone que los prosélitos extranjeros sean admitidos en la comunidad siempre que acepten la alianza de Dios y se mantengan fieles a la fe y a los ritos propios de Israel.
Se percibe así que la comunidad de Israel  no está definida por la herencia de la sangre sino por la comunión en la misma fe, en la misma oración y en la misma esperanza.

EL ENCUENTRO

El evangelio recuerda el encuentro de Jesús con la mujer cananea  (Mt 15,21-28). Su gesto y su grito la identifican como la mujer dolorida, la orante tenaz, la creyente sincera.
Su hija estaba enferma. El texto nos recuerda que cuando una persona enferma, todos en su casa enferman de algún modo. Nada será igual en la rutina de cada día. Las relaciones cambian y se complican. Todos dependen de todos. Y todos han de apoyarse en todos.
En la mujer cananea se muestra la madre que dio la vida soñada y busca la salud para la vida amenazada. Ella nos recuerda que la enfermedad es personal e intransferible. Y que la salud ha de ser integral y verdadera o nunca lo será.
“¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.” Así ora en su dolor. A su plegaria sólo responde el silencio de Jesús y el apremio de sus discípulos que pretenden liberar a su Maestro de los mendigos de pan y de salud: “Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.”

EL DIÁLOGO

El diálogo de esta mujer con Jesús es un modelo de oración y una revelación del proyecto salvador de Dios.
• “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” La primera respuesta de Jesús resume la concepción mesiánica del pueblo hebreo.  Pero la mujer pagana insiste en la súplica que la ha sacado a los caminos: “¡Señor, socórreme!”.
• “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.” Esta segunda respuesta de Jesús presenta una nueva dificultad. ¡Quién nos diera el tono exacto de aquella insinuación! Seguramente hay en ella una alusión a un refrán popular.
• “Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” La mujer retoma aquella imagen. Cuando hay pan lo hay para todos. Y cuando hay gracia a todos alcanza y se desborda. La misericordia suplicada acerca y redime al suplicante. 
• “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.” La tercera respuesta de Jesús reconoce que la fe llevó a la mujer  a buscarle. La fe la enseñó a orar. Y la fe la ayudó a interpretar su propia suerte con ese humor tan cercano a la humildad.

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