“Si tomas en prenda el manto
de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro
vestido para cubrir su cuerpo, y ¿dónde, si no, se va a acostar?” (Ex 22, 25-26). Hoy puede resultar
sorprendente este precepto sobre el
manto, que se encuentra en el Código de la Alianza, en el libro del Éxodo.
Tres preceptos negativos
prohíben molestar al extranjero, explotar a viudas y huérfanos y prestar dinero
con usura. A continuación se incluye este precepto positivo. Un pobre ha pedido
dinero a préstamo. Como prenda ha dejado su propio manto. Pero lo necesita para
arroparse también durante el sueño. Es preciso devolvérselo para que no sufra
el frío de la noche.
El texto no es solamente una
recopilación de normas legales y de ideales morales. Es también –o, sobre todo-
una revelación del mismo Dios. Por eso
se cierra con una motivación fundamental. Dios se presenta como abogado
y defensor del pobre: “Si grita a mí yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.
Esa es la razón de la justicia y de la solidaridad humana.
DOS AMORES
El evangelio que se proclamaba el domingo
pasado evocaba una pregunta trampa que los fariseos y los herodianos dirigieron
a Jesús a propósito del tributo. En el texto que hoy se lee escuchamos una
nueva pregunta que un fariseo dirige a Jesús. Reconociéndolo como “maestro”,
quiere saber cuál es el mandamiento principal de la Ley (Mt 22, 34-40).
Jesús considera como primer
mandamiento el que se encuentra en el libro del Deuteronomio: “Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”. Ese precepto
distinguía a Israel de otros pueblos que ante los dioses sólo experimentaban
terror. Amar a Dios era el ideal más alto, porque uno se identifica siempre con
lo que ama.
Pero Jesús evocaba un segundo mandamiento que
se encuentra en el libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. A
diferencia del primero, ese precepto podía encontrarse también en otras culturas.
En realidad, esa era y es todavía la regla de oro de todas las éticas. Una
prueba fácil para reconocer la veracidad del amor humano.
LA LEY Y LOS PROFETAS
Así
pues, el primer mandamiento elevaba al hombre a una dimensión vertical,
poniéndole de cara a Dios. El segundo lo guiaba, por un camino horizontal, al
encuentro con todos los demás hombres. El texto concluye con una conocida frase
de Jesús: “Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”.
•
El primero de estos mandamientos revela la vocación religiosa de toda
persona. Denuncia nuestras idolatrías. Y
exige la aceptación de la voluntad de Dios, pero también las manifestaciones
externas de la religión, como la oración y la alabanza a su misericordia.
•
El segundo de estos mandamientos resume la aspiración a la justicia y la
solidaridad. Denuncia nuestro egoísmo Y exige el respeto a los demás, pero
también la acogida a los más pobres y necesitados, a los que son considerados
como la basura del mundo.
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