“Aquel día preparará el
Señor de los Ejércitos para todos los pueblos, en este monte, un festín de
manjares suculentos y vinos de solera”
(Is 25,6). El texto de Isaías que se lee en este domingo repite por tres
veces la alusión al monte. Isaías vivía en Jerusalén, así que se refiere al
templo del Señor, como meta de la peregrinación de todos los pueblos.
La salvación se expresa en
imágenes fácilmente comprensibles: la muerte es aniquilada; el Señor enjuga las
lágrimas y retira el oprobio que ha pesado sobre su pueblo. La alegría se
manifiesta también en la retirada de los velos propios del duelo y del luto. Y,
sobre todo, en la celebración de un espléndido banquete al que son invitados
todos los pueblos.
El texto contrapone al
pueblo de Dios a los otros pueblos, tantas veces considerados como enemigos.
Pero Dios es un Dios de todos. Su misericordia se extiende por toda la tierra.
Así que el profeta anuncia la salvación para todos. La salvación de Dios
comporta la reconciliación universal. Por tanto, hay motivos más que
suficientes para celebrar una fiesta.
GENEROSIDAD Y EGOÍSMO
La imagen del banquete aparece también en la
parábola que se contiene en el
evangelio de hoy (Mt 22,1-14). Como se
suele decir, el medio es el mensaje. A una sociedad que considera la elección
divina como un peso insoportable, es necesario recordarle que el Reino de Dios es representado por un gran
banquete de bodas.
En un segundo momento, es importante ver que
el banquete se organiza para celebrar
las bodas del hijo del rey. El Reino de Dios es representado aquí con los
colores y los sabores de un banquete nupcial. El Hijo de Dios se ha desposado
con nuestra naturaleza humana. Y esa decisión comporta alegría y fiesta, amor y
vida. No se puede vivir con amargura.
Claro
que la parábola incluye un elemento dramático. Los convidados al banquete lo
rechazan. Unos consideran que sus propios planes e intereses son más
importantes que el banquete del rey. Y otros se sienten ofendidos por la
invitación hasta el punto de matar a los mensajeros. Frente a la generosidad de Dios se alzan el
egoísmo y el resentimiento humanos.
LLAMADA Y ELECCIÓN
Con
todo, Dios no se da por vencido en su generosidad. Abre las puertas del
banquete a toda la humanidad. Pero entre los que acuden a la fiesta hay alguno
que llega sin traje de fiesta. Frente a la altanería de los primeros invitados
se encuentra el descuido de quien no sabe valorar la grandeza de la invitación.
La parábola concluye con un proverbio
bien conocido:
•
“Muchos son los llamados y pocos los escogidos”. La parábola condena un primer
pecado: el de ignorar la invitación de Dios o considerarla menos importante que
nuestros intereses personales.
•
“Muchos son los llamados y pocos los escogidos”. Pero la parábola condena
también un segundo pecado: el de creernos con todos los derechos ante Dios y no
llevar con dignidad la vocación que él nos ha dirigido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario