“Te llamé por tu nombre, te
di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí
no hay Dios” (Is 45,4-5). Es
sorprendente este texto que se encuentra en la segunda parte del libro de
Isaías. Estas palabras de Dios no se dirigen a un rey de Judá o de Israel, sino
a Ciro, rey de los persas, al que el profeta califica como “Ungido por Dios”.
Es cierto que el texto
habla
de este rey, que vendría a derribar los restos del imperio de los
babilonios y
a devolver la libertad a los pueblos que ellos les habían arrebatado.
Ciro, en efecto, promulgaría el edicto que permitía a los
hebreos regresar a sus tierras y reconstruir la ciudad de Jerusalén.
Pero el texto habla sobre
todo de Dios. Él es el Señor de la historia. La altanería de los poderosos no
significa nada en su presencia. Es llamativa esa repetición: Dios elige a Ciro
aunque Ciro no conoce a Dios. Es decir, el poder viene de Dios. Y Dios utiliza
el poder humano para darnos a conocer sus planes divinos.
VERDAD E HIPOCRESÍA
Al poder de los gobernantes se refiere también
el evangelio que hoy se proclama (Mt 22,15-21).
Conocemos bien la escena. Aunque habitualmente no se llevan bien entre ellos,
los Fariseos se unen por esta vez a los partidarios de Herodes para tender una
trampa a Jesús.
Pretenden halagar a Jesús,
reconociéndolo como Maestro y subrayando al menos tres de sus virtudes. Admiran
su sinceridad, la rectitud con la que enseña el camino de Dios y su
independencia de juicio, que no se deja arrastrar por la acepción de personas.
Los creyentes sabemos que una vez más, los enemigos de Jesús decían más de lo
que sospechaban.
Tras esa florida
introducción, llega la pregunta: “¿Es lícito pasar impuestos al César o no?”
Seguramente los emisarios pensaban que el Maestro no tenía salida alguna. Si se
negaba a pagar impuesto al Imperio Romano, podía ser denunciado. Si apoyaba el
sistema de impuestos no podría presentarse como un salvador de su propio pueblo.
LA LEY Y LOS PRIVILEGIOS
Jesús
intuye los sentimientos de quienes preguntan y los acusa de hipócritas. Un
piadoso israelita no debía llevar monedas acuñadas con imágenes humanas. Pero
evidentemente estos tentadores que se
mostraban como piadosos transgredían tranquilamente la Ley. Los que reconocen
la sinceridad del Maestro no viven con sinceridad. De ahí la respuesta de
Jesús:
•
“Pagadle al César lo que es del César”.
En muchos lugares y en todo tiempo los gobernantes suelen mirar con recelo a
los cristianos. Piensan que no pueden fiarse totalmente de ellos. Pero los
cristianos saben que es un deber de justicia y de caridad colaborar lealmente
en la búsqueda y realización del bien común de la sociedad.
•
“Pagadle a Dios lo que es de Dios”. Sin embargo, ya desde el primer momento,
los cristianos han aprendido que no siempre las leyes humanas persiguen el bien
común. Si las leyes tratan de favorecer a los privados, se convierten en
“privi-legios”, como ya decía San Isidoro.
En esos casos, se impone la objeción de conciencia.
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