“Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a
recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no”.
Así habla Dios a Moisés, cuando los israelitas se lamentan y añoran los
alimentos de que disfrutaban en Egipto. Prefieren la esclavitud del pasado a la
libertad que se les ofrece en esperanza.
Pero Dios no abandona al Pueblo que ha
elegido, por mucho que éste trate de falsificar el sentido del camino del
éxodo. Dios es fiel a su proyecto de liberación. Las bandadas de codornices y
el maná que aparece cada mañana como el rocío en el desierto son el signo de su
providencia.
Dios es Dios, aunque los hombres no
sepamos interpretar las señales de su presencia y nos preguntemos cada día como
aquel pueblo: “¿Qué es esto?” También a nosotros se dirigen las palabras de
Moisés: “Es el pan que el Señor os da de
comer” (Ex 16,2-4.12-15).
LOS CONTRASTES
El evangelio de hoy recuerda que las
gentes alimentadas por Jesús le buscan y le siguen, por todas partes (Jn 6,24-35).
Pero Jesús no sólo observa los hechos, sino que conoce las intenciones de las
gentes. El texto se articula al menos en tres
contraposiciones:
• “Me buscáis no porque habéis visto
signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. La búsqueda es una categoría
importante en el camino de la fe. Pero exige buscar más al Donante que a sus
propios dones. Si la búsqueda de Dios es interesada, es que nos hemos colocado
a nosotros mismos en el puesto de Dios.
• “Trabajad no por el alimento que
perece sino por el alimento que perdura”. En la vida es importante satisfacer
nuestras necesidades inmediatas. Pero sería una pena que el presente nos
impidiera mirar al futuro. Nuestras necesidades temporales no pueden ahogar
nuestros deseos de lo eterno.
• “No fue Moisés quien os dio pan del
cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo”. En nuestro camino hay que reconocer y
agradecer el servicio que nos prestan los que nos ayudan a caminar. Pero los
mensajeros no podrán hacernos olvidar al Dios y Padre de las misericordias.
HAMBRE Y SED
“¿Cómo podremos ocuparnos en los
trabajos que Dios quiere?”. Así preguntan las gentes a Jesús. Pero Jesús afirma
que no importa realizar muchas obras sino una sola: creer en el que Dios ha
enviado. La fe es mi propia responsabilidad, mi búsqueda y mi programa. Mi
tarea diaria. Precisamente ahí se sitúa la revelación de Jesús:
• “Yo soy el pan de vida”. Ante la
Samaritana, Jesús había afirmado que podía dar
el agua que salta hasta la vida eterna. Ahora se presenta como el pan de
la vida. Las imágenes son expresivas para orientar nuestros deseos más
profundos.
• “El que viene a mí no pasará
hambre”. Tan peligroso es morir de
hambre como tratar de satisfacerla con alimentos impropios de nuestra dignidad.
Sólo el Señor puede saciar nuestra hambre de verdad, de bondad y de belleza.
• “Y el que cree en mí no pasará nunca
sed”. El que se ofrecía a calmar la sed junto al pozo de Jacob, morirá en la
cruz confesando su propia sed. Pero a él nos dirigimos como la cierva que busca
las corrientes de agua.
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