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El rescate y el servicio Mc 10,35-45 (TOB29-15)

“Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos”. Así concluye la primera lectura que se proclama en la misa de hoy. Es un texto poético, tomado de uno de los cantos del Siervo de Dios (Is 53,10).
 
Algunos han pensado que el poema se refería a todo el pueblo de Dios. Y otros lo han atribuido a un personaje misterioso que se nos presenta como un elegido por Dios. Es un profeta y un enviado a anunciar a su pueblo la salvación.
Pero el profeta no se limitará a anunciar de palabra la salvación. No es un teórico ni un propagandista de sueños imposibles. Es un comprometido. Él mismo rescatará a su pueblo de la tiranía de la maldad, cargando personalmente con el peso y la ignominia del mal.

LA PRETENSIÓN

Ese mismo aliento aparece al final en el evangelio de este domingo (Mt 10, 35-45). Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercan a Jesús y le manifiestan abiertamente sus pretensiones: “Maestro queremos que hagas lo que te vamos a pedir”.
Ya nos llama la atención la misma fórmula que emplean. Espontáneamente recordamos que María se ofrecía para aceptar y cumplir la voluntad de Dios. Estos discípulos, por el contrario, quieren imponer su propia voluntad al Señor.
Y su voluntad está clara: alcanzar un puesto de poder y de prestigio. Sentarse en los puestos privilegiados para compartir la gloria de su Maestro, aun sin saber exactamente que el camino de su Señor pasa por la aceptación de un cáliz de amargura.
Junto a la pretensión de los hijos de Zebedeo nos llama la atención  la indignación y las críticas de los otros diez discípulos. No pueden soportar que otros expresen abiertamente lo que todos ellos ambicionan en secreto. Ese es el mecanismo de todas las críticas del mundo. 

LA LECCIÓN

Pero Jesús no desaprovecha la ocasión para exponernos a todos el camino del verdadero discípulo y el sentido último de la vida y misión de su Maestro:
• “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En este mundo, la grandeza se mide con frecuencia por el número de personas que quedan por debajo de los que triunfan. Para el Evangelio, la grandeza de un discípulo se mide por el número de personas a las que sirve y por la sinceridad del servicio.
• “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. En este mundo, los libertadores imponen su voluntad. Los que dicen traer la justicia, suelen ajusticiar a quien no piensa como ellos o no colabora con sus imposturas.  Para el Evangelio, sólo rescata del secuestro quien se entrega para liberar a los secuestrados.

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