“El Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y
el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne”. En
este domingo leemos el relato bíblico de la creación de la mujer (Gén 2,18-24).
Es un texto bellísimo. Su sencillez e ingenuidad nos parece difícil porque
hemos perdido el sentido de la poesía primitiva.
El relato nos habla de la soledad del hombre y de la
compasión de Dios que diseña para él la compañía. El “yo” puede al fin
encontrar un “tú”. La mujer aparece en el sueño del hombre. Todo nos dice que
no la ha creado el hombre. Por tanto no debe tratar de dominarla. La mujer hay
que soñarla, como ha dicho el papa
Francisco.
El relato nos expone la estructura del matrimonio como
la unión fiel y definitiva de un hombre y una mujer. El matrimonio como
proyecto de vida. Como donación interpersonal. Como esperanza compartida.
EL PROYECTO DE DIOS
Al matrimonio se refiere también el
evangelio que hoy se proclama (Mc 10,2-16). Los fariseos se presentan a Jesús
con una pregunta pensada para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse
de su mujer?” Jesús conoce las cuestiones
que se debatían en los diversos grupos de intérpretes de la Ley de Moisés.
Jesús sabe que sus interlocutores han
convertido un deber en un derecho. El derecho al
divorcio cuando la Ley lo presentaba como la
obligación de dar un documento a la mujer abandonada. Un documento para que pudiera
rehacer su vida y no perecer, al no tener quien la defendiera en la sociedad.
Pero Jesús se manifiesta a favor de la
permanencia de la unión matrimonial. No porque sea su opinión personal, sino
porque así se lee en el texto del Génesis
que relata la creación de la mujer. Su referencia al “principio” es
fundamental para evocar el proyecto de Dios sobre el amor humano y sobre la
vocación al matrimonio.
GENEROSIDAD Y ESPERANZA
De hecho, Jesús repite las palabras
fundamentales del texto del Génesis: “Abandonará el hombre a su padre y a su madre,
se unirá a su mujer y serán
los dos una sola carne”. Son palabras que conocemos o creemos conocer demasiado
bien.
•
“Abandonará el hombre a su padre y a su madre”. En la antigüedad era difícil apartarse del
primitivo clan familiar. Aquí no se trata de ignorar las necesidades de los
padres. Se trata de recordar que la familia de elección es más importante que
la familia de origen.
• “Se unirá a su mujer”. Hoy hablamos
del amor, pero lo reducimos a un gusto pasajero. Más que un sentimiento, el amor
es un compromiso. Olvidamos lo que significa de entrega personal, única y
definitiva hasta la muerte.
•
“Serán los dos una sola carne”. Estas palabras las reducimos a la intimidad
sexual. Y es verdad que la evocan. Pero implican sobre todo el encuentro
compartido de memorias y proyectos, de trabajos y esperanzas.
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