“Voy
a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego
moriremos”. Sólo eso pretende la viuda
que el profeta Elías se encuentra al acercarse a la ciudad de Sarepta. Este
relato que hoy se lee (1 Re 17, 10-16) nos presenta a tres protagonistas
En
primer lugar, vemos que el profeta no llega imponiéndose por su fuerza o por su
sabiduría. Es un extranjero que sólo cuenta con la palabra de Dios, que lo ha
enviado a aquella tierra de paganos. Así que
pide por favor un sorbo de agua y un trozo de pan.
Además,
el profeta no se dirige a los que gobiernan en la ciudad. La primera persona
que se encuentra es tan pobre como él. Y con ella comienza el diálogo que ha de
culminar en un doble testimonio de fe.
El
tercer protagonista es el mismo Dios, que envía al profeta y vela por la
existencia de aquella pobre viuda y de su hijo. La palabra de Dios es eficaz.
Dios cumple su promesa y se hace reconocer aun por los que parecen estar lejos
de él.
LOS
DONATIVOS Y LA ENTREGA
También
el
evangelio de hoy recuerda la figura de las viudas (Mc 12, 28-44). Jesús ridiculiza la vanidad de la que
hacen gala los escribas. Y denuncia la voracidad con la que tratan de adueñarse
de los bienes de las viudas, aparentando hacer largas oraciones. Al pecado de
orgullo, los escribas unen la injusticia y la impiedad.
La
alusión a las viudas expoliadas por los especialistas de la Ley introduce el
eco de un momento inolvidable. Aquel en que Jesús observó la diferente conducta
de los ricos y los pobres al acercarse a las arcas donde ser recogían los
donativos destinados al templo de Jerusalén.
Muchos
ricos echaban mucho dinero. Pero llegó también una viuda pobre y echó dos
monedas: exactamente las más pequeñas que circulaban por entonces. Aquel hecho
no pasó inadvertido a los ojos del Maestro. En aquella viuda vio Jesús el signo
de la entrega personal de una mujer creyente.
SEGURIDAD
Y CONFIANZA
Como en otras ocasiones, Jesús aprovecha la
ocasión para ofrecer una enseñanza a sus discípulos: la pobre viuda ha echado
en el arca de las ofrendas más que nadie. Pero ¿cuál es el criterio para esa
evaluación?
• “Los
demás han echado de lo que les sobra”. Aun siendo fuerte, la cantidad
depositada por los ricos no ponía en riesgo su comodidad y menos aún sus vidas.
Los donantes seguían controlando su propia seguridad y confiando en sí
mismos.
• La
viuda pobre “ha echado todo lo que tenía para vivir”. Aun siendo escasa, la
ofrenda de la pobre viuda significaba despojarse de toda seguridad razonable y
poner toda su confianza en la providencia del Señor.
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