“El día siguiente a la pascua, ese mismo día,
comieron el fruto de la tierra: panes ácimos y espigas fritas” (Jos 5,11). El
autor del libro de Josué señala así el final del periodo del largo peregrinaje
de los hebreos a través del desierto.
Con
razón el salmo responsorial (33,2-7) nos
exhorta a aceptar los bienes del Señor: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
La providencia que demostró a su pueblo es una prenda y promesa del amor con
que vela por cada uno de nosotros.
El
primer domingo de cuaresma, oíamos la respuesta de Jesús al tentador que le
ofrecía fáciles panes por arte de magia: “No solo de pan vive el hombre”. La
liturgia de hoy nos sugiere que el Señor nos alimenta con el maná de su palabra
y de la eucaristía.
De
hecho, nuestro Padre nos trata como hijos y nos exhorta a vivir como hermanos
que participan del mismo alimento.
SER
HIJOS
El
evangelio de este cuarto domingo de cuaresma nos propone la lectura de la
parábola del “Hijo pródigo”. Así solemos titularla, aunque bien sabemos que el
centro de la parábola es el padre misericordioso.
También
en este caso, el alimento ocupa un lugar importante. El hijo que se va de casa,
se ve obligado a servir a unos amos que no se preocupan por él. En
consecuencia, ha de padecer el hambre. Y el hambre le lleva a añorar la casa de
su padre.
Cuando
al fin se decide a retornar a casa, el padre lo recibe con los brazos abiertos.
El relato parece subrayar el fin del hambre y de la miseria. El padre manda
preparar un gran banquete para celebrar el regreso del hijo que se había
perdido.
Así
pues, también en este caso, se pone ante nuestros ojos la misericordia y la
compasión de Dios, reflejada en el alimento, o mejor en el banquete de la
fiesta. Dios no es indiferente a la suerte o la desgracia de sus hijos.
SER
HERMANOS
La
parábola incluye también la reacción del hermano mayor que se niega aparticipar
en el banquete ordenado por su padre. Pero también para él hay una palabra que
evoca la ternura de la convivencia y exhorta a la alegría:
•
“Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Como ha dicho el papa
Francisco, Dios no engendra “hijos únicos”. A todos ha de recordarnos la suerte
de tenerlo por padre y de poder ser reconocidos como hijos suyos.
•
“Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”.
Pero Dios no olvida exhortarnos a reconocer al otro como nuestro hermano. Y nos
invita a celebrar con él la alegría de la vida que triunfa sobre la muerte.
•
“Estaba perdido y lo hemos encontrado”. En realidad, el padre había perdido al
hijo menor. Y el hijo mayor se empeñaba en perder a su hermano. Pero el
hallazgo es un motivo de alegría compartida.
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