“Ofrecí la espalda a los que me golpeaban; la mejilla a los que
mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”. En la primera
lectura de este Domingo de Ramos escuchamos la lectura de uno de los poemas del
Siervo de Dios, que se encuentra en la segunda parte del libro de Isaías (Is
50,4-7).
Jesus entra triunfante en Jerusalén, pero sabemos que entra para morir
en la cruz. Como ha dicho el papa Francisco, “Es precisamente aquí donde
resplandece su ser rey según Dios. Su trono regio es el madero de la cruz”.
El salmo responsorial recoge la súplica de Jesús. “Dios mío, Dios mío
por qué me has abandonado”. Bien sabemos que esas palabras del salmo 21 eran el
principio de una invocación que reflejaba la confianza en Dios de quien pasa
por el valle del dolor.
La lectura de la pasion de Jesús según san Lucas nos recuerda que en
la cruz del Señor encontramos la misericordia de Dios que lava nuestros pecados.
EL CLAMOR DE LOS PEREGRINOS
Con Jesús debieron de subir a Jerusalén algunos peregrinos procedentes
de Galilea. Tal vez habían compartido con él unos días de descanso en Jericó. Y
posiblemente habrían presenciado el encuentro de Jesús con el ciego Bartimeo,
que imploraba su ayuda desde la vera del camino, reconociéndolo como Hijo de
David.
Ese es el título con el que lo aclaman aquellos peregrinos que lo
acompañan hasta la
Ciudad Santa. A ese título añaden un conocido verso de los
salmos (Sal 118,26). La bendición con la que la asamblea litúrgica recibía al
rey que regresaba victorioso: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!”
(Lc 19,38).
Tambien los
ramos recordaban aquel antiguo cántico de triunfo. Pero el entusiasmo de los
galileos alarmó una vez más a los habitantes de la ciudad de Jerusalén. A sus
preguntas sobre el que llegaba montado sobre un pollino, los peregrinos
respondieron alborozados: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (Mt
21,10s).
EL GRITO DE LAS PIEDRAS
Aquel alboroto podría desatar la represión por parte de los
romanos. Eso debían de temer los fariseos que presionaban a Jesús para
que calmara el entusiasmo de sus seguidores. Pero la respuesta de Jesús suscita
todavía ahora nuestra reflexión.
• “Si estos callan, gritarán las piedras”. También en este tiempo que
nos ha tocado vivir son muchos los que pretenden amordazar a los discípulos de
Jesús. No pueden soportar el mensaje del Maestro ni la voz de los mensajeros.
• “Si estos callan, gritarán las piedras”. Seguramente los discípulos
de Jesús oyeron estas palabras. Y hemos de oírlas también ahora. No podemos
guardar en silencio la palabra del Señor. La recuerda y la exige cada día el
anhelo más hondo de la humanidad.
• “Si estos callan, gritarán las piedras”. Ni el temor ni la cobardía
han de hacernos callar el mensaje de Jesús para este tiempo y para este
escenario de la historia. Si enmudecemos, otros pregoneros vocearán esa Palabra
que salva y libera al ser humano.
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