“No
recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis?” Ese oráculo divino se encuentra en el texto
del libo de Isaías que se proclama en este quinto domingo de Cuaresma (Is
43,16-21).
Lo
antiguo era la esclavitud en Egipto y la asombrosa liberación que Dios había
ofrecido a su Pueblo. Lo nuevo es el exilio que padece en Babilonia y la nueva
liberación que Dios le promete. Si un día abrió a su pueblo un camino por el
mar, ahora le abrirá un camino por el desierto.
La
gratitud por el pasado ha de suscitar la esperanza de un futuro inmediato. La
misericordia de Dios atraviesa los tiempos y da sentido a la historia. Con
razón, el salmo da cuenta de la alegría de los liberados: “El Señor ha estado
grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125).
UN
DOBLE DESAFÍO
En
el evangelio de este quinto domingo de Cuaresma se nos presenta el episodio de
la mujer adúltera (Jn 8,1-11). Los escribas y fariseos traen ante Jesús a una
mujer sorprendida en adulterio. No les importa la dignidad de la mujer. Sólo
pretenden dirigir a Jesús un desafío. Ésta es la pregunta: “Maestro, esta mujer
ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear
a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” (Jn 8,6).
Si
el Maestro dice que hay que apedrear a la mujer podrá ser acusado de despiadado
y se hundirá para siempre su fama de profeta misericordioso. Si no la condena,
no merece el nombre de profeta y será denunciado por contradecir la Ley de
Moisés, que imponía la lapidación como pena por el adulterio (Lev 20,10; Dt 22,
22-24).
Como
ajeno a la pregunta, Jesús se inclina y escribe en el suelo. De hecho, trata de
hacer conscientes de su pecado a los hombres que la acusan de pecado para poder
lapidarla: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera
piedra” (Jn 8,7). En el contexto evangélico, estas palabras son una
interpelación a los que presumen de limpios e inocentes y se arrogan el derecho
de acusar a los demás. Ese es el desafío de Jesús.
EL
MAL Y EL PERDÓN
En
la respuesta de Jesús a la “mujer sorprendida en adulterio” hay dos partes
igualmente importantes para nuestro tiempo y para nuestra conciencia personal:
•
“Tampoco yo te condeno”. Jesús establece una distinción definitiva entre el mal
moral y la responsabilidad. El primero no siempre implica la segunda. A ese
binomio dramático, Jesús añade su propio
veredicto: el del perdón. Jesús ha venido al mundo no a condenarlo, sino a salvarlo de su mal. Del mayor mal, que es el
pecado. Jesús es el mensajero y el testigo de la misericordia de Dios.
•
“Anda y en adelante no peques más”. Jesús no ignora la realidad hosca del
pecado. Aceptar a la persona no significa negar su libertad, ni equiparar el
valor moral de todas sus decisiones, ni cerrar los ojos ante el dramatismo de
sus tropiezos. Jesús no trivializa el pecado. Nunca ha presentado el mal como
un bien. Pero invita a los pecadores a la conversión, a la confianza, al cambio
de vida, a emprender un nuevo comienzo.
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