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El pan y el vino Lc 9,11b-17 (TOC9-16) Corpus Christi
“Melquisedec,
rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrahán” (Gén 14,18). Es misterioso este rey
sacerdote. Nada se dice de sus orígenes. Pero se manifiesta como representante
de un culto natural y cósmico. Sus ofrendas no incluyen la sangre de animales
sacrificados. En sus manos, los frutos
de la tierra son ofrenda que se presenta a Dios y prenda de la bendición que
viene de Dios
El
pan y el vino aparecen también en el relato de Pablo (1 Co 11,23-26). Retomando
la tradición que ha recibido, el Apóstol recuerda que Jesús ofreció a sus
discípulos un pan y un cáliz. Era la noche misma en la que había de ser
entregado. Al pasarles el pan y el cáliz, Jesús expresaba que se entregaba por
ellos.
Es
más, Jesús anunciaba que se entregaría siempre. Y que sus discípulos habrían de
hacer presente aquella memoria en todo tiempo y lugar. No se trataba solo de
repetir el rito, es decir, el significante. Se trataba de hacer vivo el
significado, es decir, la entrega a los demás.
PERFECCIÓN Y SERVICIO
El
relato de la multiplicación o distribución de los panes y los peces se repite
en los cuatro evangelios. Este año, lo tomamos del evangelio de Lucas (Lc
9,11-17). Como en tantas ocasiones, el texto nos invita en primer lugar a
contemplar la acción de Jesús y después a continuar sus gestos en la historia
humana.
•
Pues bien, vemos que Jesús toma los productos de que disponen aquellos que le
siguen. Solemos decir que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la
perfecciona. Lo que nosotros podemos ofrecer al Señor nunca se pierde. En sus
manos adquiere una dimensión más amplia y más universal.
•
Es evidente que todos disponemos de algunos bienes y de algunas cualidades. En
ellas buscamos unas veces alimento y otras veces una satisfacción personal.
Jesús no las desprecia. Al contrario, las valora. Jesús nos invita a superar
nuestro individualismo y a poner esos bienes que consideramos “nuestros” al servicio
de todos nuestros hermanos.
INVITADOS A LA MESA
El
relato evangélico incluye, además, una lección “magisterial”. Contrapone la
actitud de los discípulos con la exhortación del Maestro. En él se nos revela
cómo somos y pensamos, y cómo debemos ser y actuar.
• “Despide a la gente… que vayan a buscar
alojamiento y comida”. Pensando
bien, esta frase de los discípulos puede
reflejar su preocupación por las gentes y su confianza en las decisiones del
Maestro. Pero puede también revelar esa
“indiferencia” ante los demás, que el papa Francisco denuncia una y otra vez.
• “Dadles vosotros de comer”. Jesús conoce bien las posibilidades de sus
discípulos y de todos los que le siguen. Sabe que han de aprender a compartir
sus bienes con los demás. La irresponsabilidad es el nuevo nombre del pecado.
Dar de comer al hambriento es la primera de las obras de misericordia.
Misericordia y sabiduría Jn 16-12-15 (TOC8-16)
“El
Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras
antiquísimas” (Prov 8,22). Esas palabras
del libro bíblico de los Proverbios se refieren a la Sabiduría de Dios.
Personificada, ella canta sus orígenes y proclama su papel en la creación de
los mundos.
En
este himno estupendo, la Sabiduría va evocando las obras admirables que salen
de las manos de Dios. Todo ha sido
creado con una sabiduría que, en realidad, se identifica con el amor, la
providencia y la misericordia de Dios.
En
este poema hay una idea que nos llama especialmente la atención. No es la
Sabiduría la que dirige a Dios. Ella ha sido también formada por Dios. Es más,
ella asiste al comienzo de los mundos no como una maestra. Estaba junto a Dios
“como aprendiz”. Y, al mismo tiempo, “gozaba con los hijos de los hombres”. La
Sabiduría es puente que nos une a Dios.
ENTREGA Y DONACIÓN
La
carta de San Pablo a los Romanos nos lleva a pensar que ese puente es
Jesucristo. Por él estamos unidos a Dios. Y por medio de él hemos recibido la
fe y la esperanza, Pero aún hay algo más, “porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom
5,5).
He
ahí que, de pronto, se abre ante nuestros ojos el misterio de la Trinidad de Dios.
El Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu Santo es Dios. No son tres
dioses. Es la maravilla de la comunidad de Dios. El Dios de la paz, nos hace
justos por medio de Jesucristo y derrama sobre nosotros el amor por medio del
Espíritu. La Trinidad es dinamismo, actividad y entrega.
El
evangelio que se proclama en esta fiesta de la Santísima Trinidad (Jn 16,12-15)
nos lleva una vez más al contexto de la última cena. El mensaje de Jesús nos
remite a su origen: “Todo lo que tiene el Padre es mío”. El Espíritu tomará de
lo que pertenece a ambos y se lo comunicará a los discípulos. La Trinidad se
hace donación y enseñanza, verdad y vida.
LA ÚLTIMA LECCIÓN
Como
buen Maestro, Jesús dice a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros,
pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la
Verdad, os guiará hasta la verdad plena”. ¿Qué nos dicen estas palabras?
• En primer lugar, nos enseñan que aceptar el
mensaje de Jesús requiere una preparación por parte del oyente. El Señor ha
previsto una pedagogía especial para que pueda ser escuchado, aceptado y
vivido.
• En segundo lugar, se nos presenta el Espíritu
de la Verdad. Con eso aprendemos que nuestras verdades no siempre son fáciles
de creer, de proclamar y de vivir. La fe es un don, pero ese don supone una
preparación y exige una respuesta.
•
En tercer lugar, se nos anuncia la posibilidad y la alegría de llegar a la
verdad plena. Así descubrimos que nuestra vida ha de estar marcada por la
esperanza. Vamos haciendo camino, guiados por la luz del Espíritu que nos
descubre la sabiduría y la misericordia
de Dios.
El vendaval de Espíritu Jn 14,15-16.23b-26 (PAC8-16)
“Cada
uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua” (Hch 2, 11). Esa es la exclamación que recorre las calles
de Jerusalén cuando los discípulos salen del salón donde han sido sorprendidos
por el vendaval del Espíritu de Dios.
Antes
eran tímidos y ahora son valientes. Antes estaban dominados por el miedo a los
jefes de los judíos, pero ahora exponen con energía la obra y la palabra de
Jesús de Nazaret. Antes estaban acobardados por la muerte ignominiosa de su
Maestro. Ahora dan un convencido testimonio de la resurrección de su Señor.
La
ciudad está llena de peregrinos llegados de todas las naciones del mundo
conocido. Y todos entienden el mensaje. Babel había marcado el desastre de la
confusión de las lenguas. Jerusalén inicia el milagro de la comprensión
universal. Babel era el orgullo, la altanería el endiosamiento. Pentecostés es
el paso del Espíritu, la obediencia de la fe y la era del amor.
TRES DONES
“Envía
tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (Sal 103). Con razón el
salmo expresa el anhelo más profundo del corazón humano. El anhelo de la vida.
El orante de la primera alianza busca y espera recibir el don más precioso e
inefable del Espíritu de Dios. Ese Espíritu que el orante de la nueva alianza
confiesa como “Señor y dador de vida”.
Junto
al don de la vida, los cristianos valoramos y pedimos otro don igualmente
precioso: el de la unidad. En la nueva comunidad, todos nos reconocemos como
miembros de un mismo cuerpo. Todos somos útiles y necesarios. Todos somos
iguales en dignidad. “Todos hemos bebido de un solo Espíritu”, como nos
recuerda san Pablo (1 Cor 12, 13).
Todavía
hay un tercer don que agradecemos y tratamos de recordar cada día: el don del
envío. El Señor resucitado abre ante nuestros ojos un horizonte universal. “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo”. (Jn 20, 21)
TRES NOTAS
El
Evangelio de Juan que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn 29, 19-23)
nos recuerda tres notas importantes de este don del envío del Señor:
• “Recibid el Espíritu Santo”. No podríamos
recorrer los caminos del mundo si no fuéramos movidos por su vendaval. No
acertaríamos a transmitir las palabras del Señor. No llegaríamos a hacer
visible su presencia sin la gracia del Espíritu.
•
“A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. El Señor es el rostro de la misericordia de
Dios. Pero ha querido confiar a sus apóstoles el tesoro de su perdón. Que el
espíritu nos haga testigos del amor y la ternura de Dios.
•
“A quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Más asombrosa que la
autoridad de perdonar es la responsabilidad de retener el perdón cuando los
corazones se endurecen. Que el Espíritu nos conceda la gracia del
discernimiento y del buen consejo.
Mirar al cielo y a la tierra Lc 24,46-53 (PAC7-16) Ascensión
“Galileos,
¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado
para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11).
Los dos varones con vestiduras
resplandecientes que hablan así a los discípulos nos recuerdan a los que
aparecieron junto al sepulcro vacío.
En
su boca resuena la voz celestial. Antes
nos descubría el misterio de la vida del resucitado. Ahora nos anuncia
su retorno. En ambos casos, es una voz que viene del cielo la que nos ayuda a
recuperar la esperanza después de la muerte de Jesús y después de su aparente
ausencia de esta tierra.
El
cielo es la metáfora de la gloria de Dios y del Dios de la gloria. Claro que
seguiremos mirando al Cielo, pero sin olvidar la realidad de este suelo. No
podemos desentendernos de nuestra historia. Esperamos que en esta tierra se
manifieste un día esa gloria de Dios que hace nuevas todas las cosas y hace más
humano nuestro mundo.
LA ESPERANZA
La
esperanza es el signo de esta fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos.
Directamente aparece en el texto de la carta a los Hebreos, que hoy se nos
presenta como texto alternativo para la segunda lectura de la misa:
“Mantengámonos firmes en la esperanza, porque es fiel quien hizo la promesa”
(Heb 10,23).
Hoy
se nos revela la gloria de Jesús y al mismo tiempo queda velada ante nuestros
ojos. “La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad
de Jesús en el dominio celestial de Dios, de donde ha de volver, aunque
mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres”. Así nos lo explica el
Catecismo de la Iglesia Católica (n. 665).
Mirar
al cielo puede ser una tentación. Una fácil evasión de las tareas que nos
esperan en la tierra. Pero puede ser una profesión de fe en la divinidad de
Jesús. Un gesto de esperanza en su venida gloriosa. Y una petición del amor que
necesitamos para difundirlo como servicio a nuestros hermanos más necesitados.
LA PACIENCIA
El
Evangelio de Lucas que hoy se proclama (Lc 24 52-53) nos recuerda tres notas
importantes de este misterio de la ascensión del Señor:
• “Mientras los bendecía, se separó de ellos,
subiendo hacia el cielo”. Jesús bendice a sus discípulos. Y en ellos nos
bendice a todos los que creemos en él. Su bendición nos acompaña y nos sostiene
en los caminos de la misión.
•
“Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría”. No se puede vivir de la
nostalgia. Ni se debe encerrar el alma en la tristeza. El Señor nos ha dejado
la responsabilidad de dar testimonio de él allí donde ha sido condenado y donde
es olvidado o despreciado.
•
“Estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. Los bendecidos por el Señor
bendicen a Dios con su oración y su testimonio. La esperanza genera la
paciencia. Lentamente irán descubriendo que el Señor los envía a todos los
caminos del mundo.
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