“Galileos,
¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado
para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11).
Los dos varones con vestiduras
resplandecientes que hablan así a los discípulos nos recuerdan a los que
aparecieron junto al sepulcro vacío.
En
su boca resuena la voz celestial. Antes
nos descubría el misterio de la vida del resucitado. Ahora nos anuncia
su retorno. En ambos casos, es una voz que viene del cielo la que nos ayuda a
recuperar la esperanza después de la muerte de Jesús y después de su aparente
ausencia de esta tierra.
El
cielo es la metáfora de la gloria de Dios y del Dios de la gloria. Claro que
seguiremos mirando al Cielo, pero sin olvidar la realidad de este suelo. No
podemos desentendernos de nuestra historia. Esperamos que en esta tierra se
manifieste un día esa gloria de Dios que hace nuevas todas las cosas y hace más
humano nuestro mundo.
LA ESPERANZA
La
esperanza es el signo de esta fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos.
Directamente aparece en el texto de la carta a los Hebreos, que hoy se nos
presenta como texto alternativo para la segunda lectura de la misa:
“Mantengámonos firmes en la esperanza, porque es fiel quien hizo la promesa”
(Heb 10,23).
Hoy
se nos revela la gloria de Jesús y al mismo tiempo queda velada ante nuestros
ojos. “La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad
de Jesús en el dominio celestial de Dios, de donde ha de volver, aunque
mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres”. Así nos lo explica el
Catecismo de la Iglesia Católica (n. 665).
Mirar
al cielo puede ser una tentación. Una fácil evasión de las tareas que nos
esperan en la tierra. Pero puede ser una profesión de fe en la divinidad de
Jesús. Un gesto de esperanza en su venida gloriosa. Y una petición del amor que
necesitamos para difundirlo como servicio a nuestros hermanos más necesitados.
LA PACIENCIA
El
Evangelio de Lucas que hoy se proclama (Lc 24 52-53) nos recuerda tres notas
importantes de este misterio de la ascensión del Señor:
• “Mientras los bendecía, se separó de ellos,
subiendo hacia el cielo”. Jesús bendice a sus discípulos. Y en ellos nos
bendice a todos los que creemos en él. Su bendición nos acompaña y nos sostiene
en los caminos de la misión.
•
“Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría”. No se puede vivir de la
nostalgia. Ni se debe encerrar el alma en la tristeza. El Señor nos ha dejado
la responsabilidad de dar testimonio de él allí donde ha sido condenado y donde
es olvidado o despreciado.
•
“Estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios”. Los bendecidos por el Señor
bendicen a Dios con su oración y su testimonio. La esperanza genera la
paciencia. Lentamente irán descubriendo que el Señor los envía a todos los
caminos del mundo.
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