“Vanidad
de vanidades, todo es vanidad” Esas palabras que abren el libro bíblico del Eclesiastés
han entrado en nuestro lenguaje. El mismo Qohélet, al que se atribuyen, nos
pregunta a continuación: “¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y
preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?” Ese es el mensaje que hoy se
proclama (Ecl 1,2; 2, 21-23).
Como sabemos, todo el libro es una reiterada
reflexión sobre la vaciedad de todos los bienes en los que los seres humanos
ponemos nuestra confianza. Nuestros anhelos de felicidad nos llenan de ansiedad
cuando no logramos verlos cumplidos. Pero esos mismos deseos nos dejan
profundamente insatisfechos cuando se cumplen.
Con
razón la carta a los Colosenses nos invita elevar la mirada: “Ya que habéis
resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo
sentado a la derecha de Dios, aspirad a los bienes de arriba, no a los de la
tierra” (Col 3, 1-2). No despreciamos los bienes de la tierra. Pero los
comparamos con el Bien que no engaña.
RICO, PERO NECIO
En
el texto evangélico que se leía el domingo pasado (Lc 11,1-13) Jesús nos
exhortaba a orar, poniendo nuestra confianza en Dios. En el texto que hoy se proclama Jesús nos invita a no poner
nuestra confianza en los bienes (Lc 12,13-21).
En la parábola que contiene se contraponen los pensamientos del hombre y
la sentencia de Dios.
•
El hombre es un rico que ha recogido una gran cosecha. Ese fruto del presente
le lleva a planear su futuro. Ampliará sus graneros. Por tanto tiene
garantizada toda una vida llena de satisfacciones. El rico parece muy
“inteligente”. Cree que el tener le asegura el ser.
•
Sin embargo, la voz de Dios lo califica como un “necio”. Está equivocado. No
puede contar con el futuro, puesto que tampoco el presente le pertenece. Ese
mismo día en que sueña su felicidad le van a exigir la vida. Si no tiene
asegurado el ser, de poco le va a servir el tener.
Es
evidente que estamos hechos para mirar a horizontes más amplios y lejanos. Los
bienes inmediatos no pueden equipararse con el Bien absoluto.
EL VALOR DE LA VIDA
Antes
de la parábola, el evangelio pone en boca de Jesús una exhortación y el
fundamento en que se apoya:
•
“Mirad, guardaos de toda clase de codicia”. Ese es el riesgo del ser humano.
Esa es la tentación. Ese es el engaño. La avaricia y la codicia no son señales
de la realización de la vida. Al contrario, revelan la pobreza interior y la
inseguridad de la persona.
•
“Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. En realidad, el
ansia de poseer bienes manifiesta el error en el que se ha instalado el hombre.
Todos los bienes de la tierra no pueden asegurar la vida ni determinar su
auténtico valor.
El
texto concluye con una breve observación que recuerda la necedad del rico: “Así
será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.
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