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Preceptos y valores Lc 10,25-37 (TOC15-16)

El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable...El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”. El libro del Deuteronomio pone en boca de Moisés estas palabras que hoy se proclaman en la celebración de la Eucaristía (Dt. 30,10-14).
Sin duda estas observaciones eran útiles para los hebreos que sentían la tentación de pensar que los mandamientos eran imposibles de cumplir. El texto les decía que no estaban en las nubes, sino en su propio corazón. Pero esa reflexión no pertenece solo al pasado.  Alcanza en nuestro tiempo una evidente actualidad.
Adorar a Dios, honrar a los padres, defender la vida humana, promover una limpieza integral, luchar por la justicia y mantenerse fieles a la verdad. Esos valores, tutelados por los mandamientos, responden a los anhelos más profundos de nuestro corazón. Esos ideales éticos nos hacen personas y contribuyen a crear una cultura humana y humanizadora.

EL DOBLE AMOR

Esos valores pueden ser descubiertos por la razón. Por eso son comunes a todos los pueblos. Ahora bien, lo específico de los cristianos es que los hemos visto reflejados en Jesús de Nazaret. La carta a los Colosenses nos presenta hoy a Cristo Jesús como imagen del Dios invisible y como principio y prototipo del ser humano (Col 1, 15-20).
 En el evangelio que se proclama en este domingo reaparece la pregunta por los mandamientos (Lc 10, 25-37). Un letrado pregunta a Jesús cuál de ellos es el más importante. Tal vez era una pregunta teórica. Entre los letrados se discutía cuál de los mandamientos era el más importante. El gancho del que podía colgar toda la Ley.
 También en nuestro tiempo es importante esa pregunta. El Papa Francisco nos dice que la evangelización ha de centrarse en el núcleo central de la fe, que es el amor misericordioso de Dios. Pero nosotros solemos hablar de todo menos de Dios.
De todas formas, Jesús devuelve la pregunta al letrado. Así podemos descubrir que él mismo había ya descubierto la importancia de los dos mandamientos principales: el amor incondicional a Dios y el amor desinteresado al prójimo.
 
 EL PRÓJIMO

Es verdad que en aquel tiempo muchos se preguntaban quién es el prójimo al que hay que amar. Algunos se negaban a reconocer como prójimos a los que no pertenecían a su pueblo, a su religión y a su cultura. Otros, rechazaban a los vecinos que no cumplían la ley.
• Esa cuestión permanece en nuestro tiempo. De hecho, excluimos del amor a pobres e inmigrantes, a niños no nacidos o a enfermos incurables. Tenemos nuestros propios criterios, que a veces llamamos “carismas”. No reconocemos como prójimo al que Dios nos presenta.

• El criterio para reconocer al otro como prójimo es muy discutible. Rechazamos al que no simpatiza con nuestro equipo deportivo. O al que no da su voto a los políticos de mi partido. ¿Por qué es tan difícil firmar alianzas para el bien de todos? ¿Quién nos ha dado el derecho de excluir a los demás?

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