“Se
despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un
ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará, y volverán los rescatados del
Señor” (Is 35,5-6). ¡Palabras, solo palabras! Así responderá el que considere
esta profecía de Isaías como un utópico e increíble poema de promesas
imposibles.
Sin
embargo, el pueblo de Israel creyó que aquellas imágenes poéticas podían
anunciar una realidad posible. Y así fue. El imperio opresor cayó como todos
los imperios. Un rey venido de fuera concedió la libertad a los pueblos
oprimidos. Y los hebreos vieron en la salvación que se les ofrecía “la gloria
de Dios y la belleza de su Dios”.
El
salmo responsorial nos une a aquella esperanza renacida al evocar aquellos
mismos portentos que significan y anuncian una salvación integral (Sal 145).
Nos ayudan, además, las palabras de la carta de Santiago: “Tened paciencia,
hermanos, hasta la venida del Señor... Manteneos firmes porque la venida del
Señor está cerca” (Sant 5, 7-10).
LAS DUDAS
Juan
Bautista había sido elegido como profeta y se esforzaba en transmitir la
llamada a la conversión. Pero, recluido por Herodes en una mazmorra, debió de
sufrir el asalto de las dudas (Mt 11, 1-11). ¿Sería Jesús el Mesías que él
había anunciado o habría que esperar a otro? A los mensajeros que le envío,
Jesús respondió con hechos cumplidos.
•
“Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo”. Junto al Jordán se habían
encontrado el Precursor y el Anunciado. Ahora ambos recurren a discípulos que
pasen la pregunta y la respuesta. “Id a anunciar”. ¿Nos hemos preguntado alguna
vez si estos mensajeros no reflejarán la humilde misión que nos ha sido
confiada?
•
“Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos
oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena
Noticia”. Esos son los hechos que dan fe
de la autenticidad del Mesías. En él se cumple la antigua profecía de Isaías.
¿No reflejarán esos hechos ese servicio a las personas que se espera de nuestra
misión?
Y LA DICHA
De
todas formas, el texto nos sugiere que Jesús ha captado las dudas que asaltan a
Juan el Bautista. Y no quiere ignorarlas. Al contrario, en su pregunta adivina
la incertidumbre de los que, a lo largo de los tiempos, se preguntarán por las
señas del Mesías y de su misión.
•
“Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. En aquel tiempo, muchos
esperaban un Mesías guerrero que se levantara contra Roma, como Judas Macabeo
se había sublevado contra la tiranía de Antíoco. Pero Jesús se presentaba como
humilde y manso de corazón.
•
“Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. En aquel tiempo, algunos
esperaban que el Mesías les concediera puestos de honor para brillar en medio
de su pueblo. Algo de eso pretendían los discípulos Santiago y Juan. Pero Jesús
les invitaba a beber su propio cáliz.
•
“Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. En estos tiempos, como en
aquellos, no faltan los que piensan que el Mesías ha de revelarles todos los
misterios de la naturaleza y de la historia. Pero Jesús nos propone solamente
la sabiduría de la cruz.
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