“El
pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de
sombra y una luz les brilló” (Is 9,2).
El profeta Isaías había visto abatirse la desgracia sobre las tierras del norte
de Palestina. Pero de pronto ve brillar la esperanza sobre aquella “Galilea de
los gentiles”, como era llamada con desprecio por los habitantes del reino de
Judá
Ahora
bien, esa esperanza está vinculada al nacimiento de un niño: “Un niño nos ha
nacido, un hijo se nos ha dado”. El profeta se alegra e exhorta a su pueblo a
la alegría. El niño podrá ser reconocido por su sabiduría y por su amor a la
justicia. Sorprendentemente se le dará el título de “Dios guerrero, Padre
perpetuo y Príncipe de la paz”.
El salmo responsorial recoge esa profecía y
nos invita a cantar: “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Sal
95). Y San Pablo escribe a Tito que “ha aparecido la gracia de Dios, que trae
la salvación para todos los hombres” (Tit 2,11). Un hecho que nos exige llevar
una vida sobria, honrada y religiosa.
LA NOCHE Y LA LUZ
El evangelio de esta noche de Navidad nos
transmite la noticia del Nacimiento de Jesús en Belén de Judea (Lc 2,1-14). Los
acontecimientos históricos pueden parecer fastidiosos y hasta llenos de
prepotencia. Pero han hecho posible el nacimiento de Jesús en el humilde lugar
que señalaban los profetas. Dios escribe derecho con líneas torcidas.
En
aquel tiempo, los pastores no eran aceptados como testigos en los tribunales.
No eran de fiar. Pero Dios es sorprendente y siempre lo será. Él elige a los
pastores como los testigos y mensajeros del nacimiento del Mesías. La grandeza
de Dios se sirve de la pequeñez y de la pobreza para hacerse creíble. Los
pobres nos evangelizan.
Las
palabras de Isaías se hacen realidad. Ahora sí que el pueblo que caminaba en
tinieblas ha visto una luz grande. El texto evangélico contrapone a la noche de
nuestra vigilia humana el resplandor de
la presencia divina. De hecho, nos dice
que a los pastores “la gloria del Señor los envolvió de claridad”. Sólo los
humildes y marginados son iluminados.
EL MENSAJE
La
última parte de este relato tan conocido nos llena siempre de sorpresa, de
humildad y de esperanza.
•
De sorpresa, por la noticia: “Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.
Nosotros esperamos ser salvador por la técnica o por la política, por la violencia de las armas o por los
pactos de poder. Pero el Salvador viene de lo alto.
•
De humildad, por la señal: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado
en un pesebre”. Desearíamos encontrar la señal de Dios en la fuerza o en la
erudición. Pero la verdadera señal es la de la vida inerme. La de la vida que
surge en la pobreza.
•
De esperanza, por la alabanza angélica: “Gloria a Dios en el cielo y en la
tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Buscamos nuestra gloria y por ella
nos afanamos. Pero es la gloria de Dios la que nos guía. Su gloria es que el
hombre viva. Ese es el signo de su amor.
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