“Recuerda
el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer esos cuarenta años por el
desierto… Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el
maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no
solo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (Dt
8,2-3).
En
los discursos del Deuteronomio se invita a Israel a la fidelidad al Dios de la
liberación. En este caso se le recuerda el maná que sostuvo su dura
peregrinación por el desierto. Aquel alimento había de ser una prueba del
amor y de la providencia de Dios hacia su pueblo. Aún así, lo invitaba a
reconocer el valor de la palabra de Dios.
Ante
la indiferencia de algunos cristianos de Corinto hacia las necesidades de sus
hermanos, san Pablo les recuerda que el cuerpo y la sangre de Cristo son fuente
y estímulo de unión: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1Cor
10,17).
ALIMENTO Y CAMBIO
El
evangelio que se proclama en esta fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo recoge una parte del discurso que, después del reparto de los panes y
los peces, Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6, 51-58). En él
sobresalen dos temas importantes.
•
A la Samaritana, Jesús se revelaba como el que puede dar el agua de la vida.
Ahora se revela como el pan vivo que da la vida. Sólo él puede calmar
nuestra sed y saciar nuestra hambre. La carne y la sangre del Hijo del Hombre
resumen su persona, su vida y su enseñanza. Son verdadera comida y verdadera
bebida. Ahí está la verdadera vida y la promesa de la resurrección.
•
Jesús revela que su Padre vive y él vive por el Padre. Del mismo modo, quien se
alimenta de Cristo, vive de Cristo, por él y en él. Como escribió Benedicto
XVI, “no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros,
sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados
misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; nos atrae hacia sí”
(Sacramentum caritatis, 70).
RECUERDO Y ESPERANZA
En
el discurso de Jesús hay una evocación del maná que alimentó a los hebreos. Y
hay una promesa sobre la vida que comporta el alimento que Cristo es para el
creyente.
•
“Este es el pan que ha bajado del cielo”. Los creyentes en Jesucristo no
despreciamos el pan que nos viene de la tierra y del trabajo humano. Pero
recibimos y agradecemos como un don impensable el Pan que nos ha venido del
cielo, es decir de la bondad divina.
•
“No como el de vuestros padres que lo comieron y murieron”. Los seguidores de
Jesús valoramos el camino de nuestros hermanos hebreos hacia la libertad. Pero
sabemos y creemos que Cristo es el nuevo maná que alimenta nuestro camino
de liberación.
•
“El que come este pan vivirá para siempre”. Los cristianos estimamos los
deseos de vida y de progreso integral de todos nuestros hermanos. Pero creemos
que el cuerpo y la sangre de Cristo son semilla de una vida que no tiene fecha
de caducidad.
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