“El
Señor, el Señor: un Dios clemente y misericordioso, paciente, lleno de amor y
fiel” (Ex 34,7). Así se presenta y se califica el mismo Dios en un
momento especialmente dramático.
Adorando
a un becerro de oro, el pueblo de Israel había quebrantado la alianza que Dios
le había dispensado. Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Moisés lanzó
contra las rocas las dos tablas de piedra en que estaban escritos los
mandamientos.
Ahora
Moisés vuelve a subir al monte Sinaí con las nuevas tablas de piedra, que
sustituyen a las antiguas. El Señor se muestra benigno, compasivo y dispuesto a
renovar la alianza. A Moisés solo le queda pedir al Señor que acompañe a su
pueblo, aunque sea un pueblo obcecado.
Al
final de la primera carta a los Corintios, san Pablo desea que el Dios Trinidad
derrame sobre los fieles tres dones sagrados: la gracia de Jesucristo, el
amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (1Cor 13,11-13).
LA CONDENA
El
evangelio que se proclama en esta fiesta de la Santísima Trinidad recoge una
parte de los comentarios que el evangelista añade a las palabras que Jesús
dirige a Nicodemo (Jn 3,16-18). En este breve texto llaman la atención
las alusiones a la condenación.
•
“Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo”. Es bueno comenzar con esa
afirmación. La misión de Jesús no tiene por objeto la condenación de este
mundo. Bastaría saber que Jesús pasó por el mundo haciendo el bien.
•
“El que cree en él no será condenado”. La fe en Jesucristo no se reduce a la
afirmación de algunas verdades abstractas. Tampoco se limita a regular algunos
ritos o ceremonias. Creer en Jesús es aceptarlo como Salvador. ¿Cómo va a ser
condenado quien se identifica con él?
•
“El que no cree en él ya está condenado”. Nadie será condenado por no haber
creído en Jesucristo. El mismo rechazo del Salvador ya es en sí mismo una
lamentable condenación. Lo penoso de rechazar su Luz es haber elegido
vivir en la tiniebla.
Y LA SALVACIÓN
“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él
no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). La primera parte del texto
evangélico de hoy es un maravilloso ventanal que nos abre al horizonte de los
grandes dones de Dios:
•
El amor de Dios al mundo.” ¿Es que Dios puede dejar de amar al mundo que ha
creado para derramar sobre él su bondad? El amor de Dios sostiene el mundo
material y, más aún, el mundo social en el que nos insertamos.
•
La entrega de Jesús y la fe. Si el amor de Dios se muestra en la creación y en
la providencia, se revela sobre todo en el envío de su Hijo. Creer es aceptarlo
como Señor y Salvador de nuestra existencia
•
La vida eterna. La vida es el primero de los dones de Dios. La vida humana ha
de ser acogida con gratitud y responsabilidad. Pero saber que nuestra vida
puede ser eterna en Dios es el mayor premio a esa fe, que también nos ha sido
dada.
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