“Todos
quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas,
según el Espíritu los movía a expresarse”. Ese parece ser el primer efecto de
la efusión del Espíritu sobre los discípulos del Señor en el día de Pentecostés
(Hech 2,4).
El
orgullo de querer ser como dioses había llevado a los hombres a la confusión de
las lenguas. La humildad de los que han pasado por la prueba de ver morir a su
Maestro y por el trance del miedo les lleva a unirse ahora en la misión de
anunciar el mensaje del Señor.
El
Espíritu se presenta con las imágenes del viento y del fuego. Arrastra las
semillas y calienta los corazones. La efusión del Espíritu indica el ideal de
la humanidad. Y representa también la plenitud de la Ley
El
Espíritu es el motor y garante de la unidad, el maestro de la oración, el
impulsor de la misión. Nos llena de alegría leer que, según el apóstol Pablo,
todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos recibido un mismo
Espíritu en el bautismo a fin de formar un solo cuerpo (1Cor
12,13).
LA PAZ
El
texto evangélico que se proclama en esta solemnidad de Pentecostés (Jn
20,19-23) nos recuerda la primera manifestación del Resucitado a sus
discípulos, reunidos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los
judíos. La visita de Jesús les trajo la paz, los llenó de alegría y los preparó
para el envío.
•
La paz no era tan solo la tranquilidad en el orden como decían los filósofos,
los políticos y los estrategas. La paz que anunciaba el Cristo era la certeza
de que se cumplían las antiguas promesas. Era la plenitud de los dones de Dios.
•
La alegría no era una simple superación de la angustia y del temor que había
dispersado en huida a sus discípulos al ver a su Maestro apresado por la
guardia de los sumos sacerdotes. La alegría era el fruto de la presencia del
Señor resucitado.
•
Y el envío no era sólo la huida para poder liberarse de la persecución a la que
serían sometidos muy pronto. Era la participación en la misión de su Señor. Era
la ocasión para ser testigos de la vida y del amor hasta los últimos confines
de la tierra.
EL PERDÓN
Jesús
se presenta de pronto ante sus discípulos, atemorizados y sorprendidos, y
alienta sobre ellos. Pero el gesto es acompañado por unas palabras
inolvidables:
•
“Recibid el Espíritu Santo”. El soplo de Dios que se cernía sobre las
aguas en el alba del mundo es ahora el soplo del Resucitado que crea una nueva
tierra y una nueva historia.
•
“A quienes les perdonéis los pecados, Dios se los perdonará”. Jesús no había
venido a condenar, sino a salvar. En la nueva comunidad se hace presente
el amor perdonador de Dios.
•
“A quienes retengáis los pecados, Dios se los retendrá”. Ante la continua
tentación de justificarnos a nosotros mismos, todos necesitamos aceptar un
juicio más imparcial.
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