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Esperar sin temor Mc 13,24-32 (TOB33-18)

“Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro” (Dan 12,1). Ante los tiempos difíciles que preanuncia Daniel, se destaca está profecía. Llegará la salvación para todos los que estén inscritos en ese libro de la vida, que aparece ya en las páginas del Éxodo (Éx 32,32) y en los salmos (Sal 69,29).
Ante esa perspectiva de futuro, es cautivadora la posibilidad de brillar entre los astros de los cielos. Así que el profeta añade un anuncio que es una exhortación. Solo brillarán como estrellas en el firmamento los que hayan ganado esa sabiduría que consiste  en ser justos y enseñar a otros el camino de la justicia.  
 Ese horizonte aparece también en la oración confiada del justo: “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha“ (Sal 15,11). Si el justo espera encontrarse con el Señor, también  Cristo aguarda a “los que van siendo santificados” (Heb 10,14).

LOS ASTROS Y LA HIGUERA
También en el relato evangélico que hoy se proclama, Jesús orienta la atención de sus discípulos hacia los últimos acontecimientos de la historia humana. Tiempos de desolación en los que hasta los astros temblarán y caerán de los cielos. Será un momento de crisis para todos los que han adorado a los astros.
 Sin embargo, el discurso se centra en la figura del Hijo del hombre. Lo que importa es saber y creer que el Señor manifestará su poder y su gloria (Mc 13,24-32). Es lo que afirmamos continuamente en el Credo, al confesar que Jesucristo “vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. 
En el texto evangélico se incluye una breve parábola. Cuando las ramas de la higuera se ponen tiernas y aparecen las yemas, deducimos que el verano está ya cerca. Jesús nos advierte que es preciso observar los signos de los tiempos para percibir su presencia en el mundo y su juicio sobre la historia humana. 

LOS ÍDOLOS Y LA PALABRA
 Siempre nos hemos preguntado cuándo se manifestará el Señor. Pero Jesús no ha precisado el “cuando”. Solo nos ha dicho: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. La ignorancia del futuro es la condición de la libertad.
• “El cielo y la tierra pasarán”. Todo en este mundo tiene fecha de caducidad. No podemos poner nuestra confianza solo en la técnica, en las promesas políticas o en una información manipulada. La espera del Señor juzga nuestras estructuras.
• “Mis palabras no pasarán”. Todo es efímero, pero la palabra del Señor es un faro que nos guía. A su luz podemos realizar un discernimiento para distinguir el bien y el mal.  La palabra del Señor nos alienta en el presente y nos juzgará en el futuro. 

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