“Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.
Señor, con mucha frecuencia me encuentro a mí mismo evocando el tiempo de tu primera venida. Me gusta pensar que los ángeles la dieron a conocer a los pastores. Evidentemente, Dios tiene unos planes muy distintos de los nuestros y elige como testigos a los que ningún tribunal humano hubiera aceptado como tales.
Ahora tú vienes también a nuestra realidad concreta, pero nosotros tratamos de ignorarte. Yo trato de ignorarte. Allá en el fondo de mi corazón, estoy convencido de que acogerte implicaría cambiar totalmente la orientación de mi vida. Y a eso parece que no estoy dispuesto.
He encontrado por el mundo muchas gentes sencillas, que aceptan con normalidad las señales de tu presencia entre nosotros. Y me siento confundido ante la limpieza de su corazón.
Pero los evangelios nos recuerdan también que tú anunciaste a tus seguidores una futura venida. No sabemos cuándo será el día. Tú solo les pedías que se mantuvieran en vela.
He de confesar que durante mucho tiempo he interpretado tus palabras como si fueran una seria prevención para huir del mal y de todas sus seducciones. Me horrorizaba pensar que al llegar podrías encontrarme polvoriento y enfangado.
Ahora me gusta entender tus palabras como una invitación a observar los signos de tu presencia. Eso creo. Cualquier día es y puede ser el día de tu venida. Cualquier día de mi vida puede ser el día de tu manifestación.
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