“Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel”. David había ya sido ungido como rey de Judá (2 Sam 2,4). Ahora el texto bíblico nos dice que las gentes del norte le ofrecen también reinar sobre Israel.
Los ancianos apoyan su decisión en la promesa que el mismo Dios había hecho a David: “Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”. De alguna forma, el relato nos recuerda la alianza que Dios había hecho con todo su pueblo.
En esta nueva etapa de su reinado, David traslada su residencia de Hebrón a Jerusalén. Y a la fortaleza y la armonía de la Ciudad Santa se refiere el salmo responsorial: “Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta” (Sal 121,3).
En la segunda lectura, san Pablo nos ayuda a ver en Jesús la culminación del reinado de David. De hecho, Dios Padre nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido” (Col 1,13).
LOS LEJANOS
En el evangelio (Lc 23,35-43) se insiste por tres veces en la paradójica realeza de Jesús, un crucificado junto a dos malhechores. Las dos primeras referencias responden a unos testigos lejanos, seguramente extranjeros y ciertamente paganos, que no pueden entender ni aceptar el sentido de lo que ellos mismos han contribuido a llevar a cabo.
• En primer lugar toman la palabra los soldados que han sido elegidos para practicar el cruel tormento de la crucifixión: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Es evidente que esa frase está cargada de ironía. Piensan que el condenado es un pobre iluso. Pretende ser rey, pero sus imaginados súbditos no han aparecido para defenderlo.
• En segundo lugar, sobresale el letrero en tres lenguas que Pilato ha ordenado colocar sobre la cruz: “Este es el rey de los judíos”. De haber creído en él, los judíos lo habrían calificado como “El rey de Israel”. Pero el gobernador romano desprecia a Jesús. Y al mismo tiempo humilla a los judíos, que atribuyen a aquel pobre hombre la pretensión de ser rey.
Y EL CERCANO
Junto a los comentarios de los testigos lejanos al ambiente de Jesús, en tercer lugar el evangelio de Lucas recoge el ruego de uno más cercano a su ambiente.
Podemos imaginar algunas notas que lo caracterizan. Seguramente es un judío que conoce las expectativas de su propio pueblo. Es uno los malhechores condenado a muerte, pero reconoce que merece el castigo. Además, parece haber oído a Jesús pedir al Padre el perdón para quienes lo condenaban. Eso motiva el diálogo entre el Maestro y su último discípulo:
• “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. En la súplica de este malhechor resuena el Antiguo Testamento. En su fe se manifiesta la esperanza de Israel. Él intuye que el Reino de Dios está llegando en la persona de Jesús, el Justo crucificado junto a él. Con su oración se hace eco de las gentes de su pueblo, que durante siglos pedían a Dios que se acordase de ellos.
• “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. La respuesta de Jesús refleja la gran certeza que abre el Nuevo Testamento: el Reino de Dios ha llegado ya. En realidad, ese Reino evoca la armonía del paraíso primordial. Y Jesús, el Justo injustamente ajusticiado, se revela como el nuevo Adán. Es el Rey misericordioso que reina desde la cruz. Ha llegado la nueva creación.
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