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El Triduo Pascual
Pasión según san Marcos Mc 14-15 (CUB6-21) Domingo de Ramos
1. Hoy la lectura de la Pasión según san Marcos debe ser valorada en su justa medida. La lectura, en sí, debe ser “evangelio” mismo y nosotros, como las primeras comunidades para las que se escribió, debemos poner los cinco sentidos y personalizarla. La pasión según San Marcos es el relato más primitivo que tenemos de los evangelios, aunque no quiere decir que antes no hubiera otras tradiciones de las que él se ha valido. Debemos saber que no podemos explicar el texto de la Pasión en una “homilía”, sino que debemos invitar a todos para que cada uno se sienta protagonista de este hermoso relato y considere dónde podía estar él presente, en qué personaje, cómo hubiera actuado en ese caso. Precisamente porque es un relato que ha nacido, casi con toda seguridad, para la liturgia, es la liturgia el momento adecuado para experimentar su fuerza teológica y espiritual
2. No es, pues, el momento de entrar en profundidades históricas y exegéticas sobre este relato, sobre el que se podían decir muchas cosas. Desde el primer momento, en los vv. 1-2 nos vamos a encontrar con los personajes protagonistas. El marco es las fiestas de Pascua que se estaban preparando en Jerusalén (faltaban dos días) y los sumos sacerdotes no querían que Jesús muriera durante la “fiesta”, tenía que ser antes; el relato, no obstante, arreglará las cosas para que todo ocurra en la gran fiesta de la Pascua de los judíos ¡nada más y nada menos! Los responsables, dice el texto, “buscaban cómo arrestar a Jesús para darle muerte!. Era lo lógico, porque era un profeta que iba muy por libre. Era un profeta que estaba en las manos de Dios. Esto era lo que no soportaban.
3. Pero si queremos organizar nuestra preparación, tanto a nivel personal como catequético y pastoral para una lectura previa, pausada y reflexiva del relato de la Pasión de Marcos, aquí van algunas pautas que pueden resultar “orientativas”:
Mc estructura el relato de la pasión y muerte de Jesús con un tríptico introductorio (14,1-11), seguido de dos relatos en paralelo, situados el mismo día (14,12), que le sirven para mostrar la misma realidad bajo dos aspectos diferentes. En el primer relato (14,12-26) se expone en clave teológica la voluntariedad y el sentido de la entrega de Jesús (eucaristía); en el segundo (14,17-15,47) describe su entrega en forma narrativa.
El tríptico introductorio está enmarcardo por la decisión de los dirigentes de dar muerte a Jesús (14,1-2) y la traición de Judas (14,10-11); en medio se encuentra la escena de la unción en Betania (14,3-9). Esta última presenta las dos actitudes dentro de la comunidad de Jesús ante su muerte inminente. La primera, reflejada en la mujer que unge la cabeza de Jesús, corresponde a la de los verdaderos seguidores, a los que están dispuestos, como Jesús, a entregarse por entero a los demás, a aceptar como rey a Jesús crucificado; la segunda, representada por los que protestan de la acción de la mujer, corresponde a los que ven en la muerte sólo un fracaso, a lo que están dispuestos a dar cosas, pero no su persona, a los que no comprenden que la verdadera ayuda a los pobres está en la entrega por ellos hasta el fin.
El primer relato de la pasión (14,12-26), en clave teológica, forma también un tríptico, enmarcado por la preparación de la última cena (14,12-16) y la eucaristía (14,22-26); en el centro, la denuncia del traidor (14,17-21), en contraste con la figura de la mujer que unge la cabeza de Jesús (14,3-9). Este primer relato expresa la voluntariedad de la entrega y muerte de Jesús. Al ofrecer a los discípulos «su cuerpo» (= su persona), los invita a tomarlo a él y a su actividad como norma de vida; él mismo les dará la fuerza suficiente para ello (pan/alimento). Al darles a beber «su sangre», expresión de su entrega total, los invita a comprometerse, como él, en la salvación y liberación de los hombres, sin regateos y sin miedo a la muerte. El relato termina encaminándose todos hacia el Monte de los Olivos, símbolo del estado glorioso (cfr. 11,1; 13,3) que constituye la meta de Jesús y de todos cuantos lo sigan en el compromiso.
El segundo relato de la pasión (14,27-15,47), en forma narrativa, se compone de un tríptico inicial (14,27-52) y tres secciones: el juicio ante el Consejo Judío (14,53-72), el juicio ante Pilato (15,1-21), y la ejecución de la sentencia (15,22-47).
El tríptico inicial consta: a) 14,27-31: predicción de la huida de los discípulos y anuncio de la negación de Pedro, b) 14,32-42: llegada a Getsemaní; oración de Jesús e insolidaridad y distanciamiento de los discípulos; Jesús desea un final diferente, pero acepta desde el principio lo que el Padre decida; el Padre no puede impedir su final porque su amor al hombre no fuerza la libertad humana, c) 14,43-50: prendimiento de Jesús y defección de todos los discípulos; hay un intento de defender a Jesús con la violencia, que él rechaza tajantemente; la detención de Jesús muestra la mala conciencia de las autoridades judías, que no se han atrevido a apresarlo en público. El tríptico termina con un colofón (14,51-52), mediante el cual, en el momento de comenzar la pasión, Mc señala simbólicamente su desenlace; el joven, en paralelo con el que aparece en el sepulcro (16,5), es figura de Jesús mismo: hecho prisionero, deja en manos de sus enemigos su vida mortal («la sábana», cfr. 15,46), pero sigue vivo y libre («huyó desnudo»).
La primera sección (14,50-72) describe el juicio de Jesús ante el Consejo judío y consta de las siguientes partes:
14,53: Reunión del Consejo, autoridad suprema del pueblo.
14,54: Pedro sigue «de lejos» a Jesús, mostrando así su adhesión a él, pero no la disposición a hacer suyo el destino de Jesús.
4,55-64: Juicio de Jesús; búsqueda inútil de una acusación que justifique la condena a muerte preconcebida; silencio de Jesús ante la mala fe; pregunta decisiva del sumo sacerdote, formulada en correspondencia al título del Evangelio (cfr. 1,1: Mesías, Hijo de Dios); Jesús declara ser ese Mesías, afirma su realeza y condición divina y anuncia una venida gloriosa suya que sus jueces van a presenciar, en ella quedará patente que Dios está con Jesús y en contra de la institución que ellos representan; Jesús es acusado de blasfemia y unánimemente condenado a muerte.
14,65: Jesús objeto de burla; se desata el odio contra él, se ridiculiza su calidad de profeta y la profecía que acaba de pronunciar.
14,66-72: Triple negación de Pedro.
La segunda sección (15,1-21) describe el juicio de Jesús ante Pilato y consta de las siguientes partes:
15,1: Entrega de Jesús al poder pagano.
15,2-5: Interrogatorio de Pilato.
15,6-15: Entre Barrabás, un asesino conocido, y Jesús, la multitud, manipulada por sus dirigentes, pide la condena a muerte de Jesús; debilidad de Pilato que traiciona su propia convicción y acaba condenando a Jesús a la cruz.
15,16-20: La burla de los soldados.
15,21: Simón de Cirene, figura del seguidor de Jesús que ejerce la misión universal, es obligado a cargar con la cruz, cumpliendo así la condición del seguimiento (cfr. 8,34).
La tercera sección (15,22-47) describe la crucifixión, muerte y sepultura de Jesús, y consta de las siguientes partes:
15,22-24: Crucifixión; Jesús rechaza el vino drogado; da su vida voluntariamente y con plena conciencia; reparto de sus vestidos.
15,25-32: Las burlas al rey de los judíos; los transeúntes, sumos sacerdotes y compañeros de suplicio se burlan de la realeza de Jesús.
15,33-41: Muerte de Jesús; su grito expresa su confianza plena de Dios en medio de su fracaso; los presentes interpretan mal su grito y uno de ellos le ofrece vinagre, expresión del odio; al morir deja patente al amor de Dios por el hombre («el velo del santuario se rasgó»); el centurión, representante del mundo pagano descubre a Dios en Jesús muerto en la cruz; las mujeres miran «desde lejos» (cfr. 14,54), sin identificarse, por falta de comprensión, con la muerte de Jesús.
15,42-47: Sepultura de Jesús; la losa que tapa su sepulcro aparentemente acaba con la esperanza que había suscitado su persona.
4. El recorrido por los relatos de la pasión del Señor, que Marcos ha preparado con tres anuncios a través de su marcha hacia Jerusalén (8,31; 9,31; 10,33-34), no debería sorprender a sus discípulos, pero, sin embargo, les desconcertará de tal modo, que abandonarán a Jesús, lo negarán, como en el caso de Pedro, y marcharán Galilea. Parece como si la última cena con los suyos no hubiera sido más que un encuentro al que estaban acostumbrados, cuando en ella Jesús les ha adelantado su entrega más radical. A la hora de la verdad, en el Calvario, no estarán a su derecha los hijos del Zebedeo, como arrogantemente le habían pedido al maestro camino de Jerusalén (10,35-40), sino dos malhechores. Esto obliga a Marcos a que el reconocimiento de quién es Jesús, en el momento de su muerte, lo pronuncie un pagano, un ateo, el centurión del pelotón romano de ejecución, quien proclama: «verdaderamente este hombre era el hijo de Dios» (15,39). Como vemos, el relato no queda solamente en lo litúrgico, sino que lo teológica es de mucha más envergadura. ¿Nos hubiéramos nosotros quedado allí, junto al Calvario, o nos habríamos marchado también huyendo a nuestra Galilea?
5. Todos los aspectos de la lectura de la pasión en Marcos, entre otros muchos posibles, muestran esa teología de gran alcance cristiano, semejante a aquella que encontramos en Pablo, en la carta a los Corintios: «su fuerza se revela en la debilidad». Es lo que se ha llamado, con gran acierto, la sabiduría de la cruz, que es una sabiduría distinta a la que buscaban los griegos y los judíos. El Dios de la cruz, que es el que Marcos quiere presentarnos, no es Dios por ser poderoso, sino por ser débil y crucificado. Es evidente que este es un Dios que escandaliza; por ello se ha permitido que sea un pagano quien al final de la pasión, en el fracaso aparente de la muerte, se atreva a confesar al crucificado como Hijo de Dios. Sin duda que el relato de la pasión de Marcos busca su punto más alto en la muerte de Jesús como una «teofanía», en cuanto revela el poder de Dios que se manifiesta en la debilidad. Marcos pone de manifiesto, pues, que la lógica de Dios es muy distinta de la lógica humana. Pero es innegable que, desde la cruz, el Hijo de Dios confunde la sabiduría humana, la vanagloria, el poderío desbordante, porque frente a tanta miseria, Dios no puede ser un triunfador, sino un apasionado por el misterio de la muerte de Jesús que ha vivido para darnos la libertad.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/28-3-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
Carta apostólica "Patris Corde" (Con el corazón de Padre) del papa Francisco. Ideas y textos destacados
La apertura del Año de San José el 8 de diciembre 2020 por el papa Francisco, coincidiendo con el 150º aniversario de la declaración como Patrono de la Iglesia Universal por el papa Pío IX en 1870, ha servido para que el pontífice reflexione y nos acerque pausadamente al custodio del Redentor y su madre María.
Una ágil presentación que destaca las ideas y los textos más relevantes que emanan de esta carta. A ella, se ha unido un elenco de enlaces a los principales documentos que versan sobre San José tanto papales como apócrifos.
Una oportunidad para no perderse.
La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria Jn 12,20-33 (CUB5-21)
1. El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.
2. Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.
3. Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga también esta misma disposición.
4. Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva.
Fray Miguel de Burgos Núñez
La hora de la entrega Jn 12,20-33 (CUB5-21)
Haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto”. En la cuaresma hemos seguido las alianzas de Dios: con Noé, Abrahan, Moisés y Ciro, rey de los Persas. En el quinto domingo, leemos que por medio de Jeremías Dios promete una alianza nueva y se compromete a crear en nosotros un corazón nuevo (Jer 31,31-34).
Fiados de sus palabras, en el salmo responsorial pedimos que el Dios creador continúe su obra en nosotros: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 50).
En la carta a los Hebreos se nos dice que Cristo “se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna (Heb 5,7-9). La alianza prometida se ha hecho realidad, gracias al perdón que Cristo ha implorado para nosotros.
LA GLORIFICACIÓN
El evangelio según san Juan nos presenta hoy una escena que había de ser profética. Unos “griegos” que habían llegado a Jerusalén para celebrar la Pascua, deseaban ver a Jesús. Así que pidieron la ayuda de dos discípulos que tenían nombre griego: Felipe y Andrés, naturales de Betsaida (Jn 12,20-33). ¿Qué puede significar esa petición?
• Aquel encuentro con los paganos podría ser un motivo de alegría para Jesús. Mientras las gentes de su pueblo lo rechazaban, los extranjeron mostraban el deseo de encontrarse con él. El Maesro intuye que ha llegado la hora en que había de ser glorificado.
• Ahora bien, esa glorificación no comportaba un triunfo social. Había llegado la hora de ser entregado y condenado a muerte. Por eso, Jesús se compara con el grano de trigo que cae en el surco. Solo con su aparente destrucción llegará a dar fruto abundante.
• Hemos de reconocer que todos nosotros buscamos un momento de gloria. Y con frecuencia lo identificamos con el reconocimiento público de nuestras obras. Sin embargo, la gloria de Jesús no viene del aplauso de los hombres, sino de la aprobación del Padre celestial.
LA ESCUCHA
De todas formas, Jesús sabe que su sacrificio será una fuente de vida para el mundo: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Pero esa atracción no comporta un triunfo humano sino un servicio, al que el Maestro alude por tres veces:
• “El que quiera servirme que me siga”. Aquellos griegos buscan ver a Jesús, pero Jesús dirá que son dichosos los que creen sin haber visto. Hay que aprender a seguirle por el camino para servirle como a nuestro Maestro y nuestro Señor.
• “Donde esté yo, allí también estará mi servidor”. Nosotros caemos con frecuencia en la tentación de la prepotencia, pero Jesús nos recuerda que estamos llamados al servicio. Lo compartimos con él en la vida y lo compartiremos con él en la gloria.
• “A quien me sirva, el Padre lo premiará”. Al fin de la jornada, lo que realmente vale ante el Padre celestial no son nuestros triunfos sociales por brillantes que parezcan. Lo que vale de verdad es el humilde servicio que cada día prestamos a su Hijo y a su mensaje.
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Levantado en alto Jn 3,14-21 (CUB4-21)
“El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra” (2 Cró 36,23). Con estas palabras de Ciro, rey de los persas, se anuncia a los hebreos la posibilidad de retornar a Jerusalén y reedificar el templo. Es verdad que rechazando a los profetas, el pueblo había merecido el exilio. Pero Dios se compadece y envía a Ciro como liberador.
El salmo 136 evoca los tiempos del destierro y los cantos de los desterrados. Si algunos se acomodaban a la tierra del exilio, los verdaderos creyentes no querían dejar morir la esperanza de regresar a Jerusalén.
Aquella liberación del pueblo de Israel había sido un don de Dios. Pero en la carta a los Efesios se afirma que la salvación y la resurrección no la hemos conseguido nosotros con nuestro esfuerzo. Es un don gratuito de Dios, rico en misericordia, que nos amó cuando estábamos muertos por los pecados (Ef 2,4-10).
LA SALVACIÓN Y LA FE
En este cuarto domingo de Cuaresma leemos el relato del encuentro de Jesús con Nicodemo. A lo largo de ese diálogo nocturno aparecen cuatro palabras inolvidables: la salvación y la creencia, la vida eterna y la luz (Jn 3,14-21).
• La salvación se presenta como liberación del mal. Los mordidos por las serpientes, allá en el desierto, se curaban al volver los ojos hacia la serpiente de bronce que Moisés levantó en el campamento. Levantado en alto, Jesús manifestará la misericordia de Dios, que “no mandó su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por él”.
• Pero la salvación ha de ser aceptada con fe. El texto evangélico recuerda cinco veces la necesidad de “creer” en Jesús y en su nombre, es decir en su misión. Esa es la actitud fundamental para la salvación: “El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.
• La tercera palabra es la vida eterna. Quien crea en Jesús tendrá vida eterna. La entrega de Jesús por nosotros es el signo definitivo del amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
LA VERDADERA LUZ
Teniendo en cuenta que Nicodemo acude durante la noche a encontrarse con Jesús, no es extraño que la cuarta palabra sea precisamente la luz. La luz es necesaria para vivir, pero hay personas que la detestan. hay personas que, al parecer, prefieren las tinieblas. Pero también hay otras muchas que buscan la luz y se acercan a ella.
• Detestan la luz todos los que no viven de acuerdo con la bondad y la justicia. Se ocultan porque no quieren verse acusados por la maldad de sus acciones u omisiones
• Prefieren las tinieblas a la luz los que viven en la confusión. Su conciencia les ha llevado a descubrir que en su vida no hay armonía. E intuyen que la belleza es armoniosa.
• Sin embargo, se acercan a la luz los que aman la verdad. La verdad no es algo que se conoce o se sabe. La verdad se practica cuando las obras son hechas según los planes de Dios.
Evidentemente, en este relato evangélico la luz no es algo, sino alguien. La verdadera luz que brilla en medio de nuestras tinieblas es el mismo Jesús. Y los que se acercan a él con fe reflejan en el mundo el resplandor de su luz.
De la noche a la luz, con Cristo Jn 3,14,21 (CUB4-21)
1. El evangelio, sobre el diálogo con Nicodemo, el judío que vino de noche (desde su noche de un judaísmo que está vacío, como se había visto en el relato de las bodas de Caná), para encontrar en Jesús, en su palabra, en su revelación, una vida nueva y una luz nueva, es una de las escenas más brillantes y teológicas de la teología joánica. Es importante tener en cuenta que Nicodemo es un alto personaje del judaísmo, aunque todo eso no esté en el texto de hoy que se ha centrado en el discurso de Jesús y en sus grandes afirmaciones teológicas, probablemente de las más importantes de este evangelio. Es necesario leer todo el relato de Jn 3,1-21, pues de lo contrario se perdería una buena perspectiva hermenéutica. Digamos que este relato del c.3 de Juan seguramente fue compuesto en el momento en que personas, como Nicodemo, habían pedido a la comunidad cristiana participar en ella. De ahí ha surgido esta «homilía sobre el bautismo» entre los recuerdos de Juan de un acontecimiento parecido al que se nos relata y una reflexiones personales sobre lo que significa el bautismo cristiano. En los versículos 1 al 15 (vv. 1-15) tenemos el hecho de lo que podía suceder más o menos y palabras de Jesús que Juan ha podido conservar o aprender por la tradición. Desde los vv. 16-21 se nos ofrecen unas reflexiones personales del teólogo (es realmente un monólogo, no un diálogo en este caso), el que ha hecho la homilía de Juan, sobre la esencia de la vida cristiana en la que se entra por el bautismo.
2. Los vv. 16-21 aportan, pues, una reflexión del evangelista y no palabras de Jesús propiamente hablando. Esto puede causar sorpresa, pero es una de las ideas más felices de la teología cristiana. Dios ha entregado a su Hijo al mundo. En esto ha mostrado lo que le ama. Además, Dios lo ha enviado, no para juzgar o condenar, sino salvar lo que estaba perdido. Si existe alguna doctrina más consoladora que esta en el mundo podemos arrepentirnos de ser cristianos. Pero creo que no existe. El v.18 es una fuente de reflexión. La condena de los hombres, el juicio, no lo hace Dios. Lo ha dejado en nuestras manos. La cuestión está en creer o no creer en Jesús. El juicio cristiano no es un episodio último al que nos presentamos delante de un tribunal para que le diga si somos buenos o malos. ¡No! sería una equivocación ver las cosas así, como muchos las ven apoyado en Mt 25. Los cristianos experimentamos el juicio en la medida en que respondemos a lo que Señor ha hecho por nosotros. El juicio no se deja para el final, sino que se va haciendo en la medida en que vivimos la vida nueva, la nueva creación a la que hemos sido convocados. Estas imágenes de la luz y las tinieblas son muy judías, del Qumrán, pero a Juan le valen para expresar la categoría del juicio.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/14-3-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/
La Semana Santa (juego en Genially de educarconjesus)
El signo del templo Jn 2,13-25 (CUB3-21)
“Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí” (Éx 20,2). Moisés entrega a su pueblo los mandamientos que ha recibido de Dios. Pero antes de los deberes que ha de cumplir, ese mismo pueblo ha de recordar los favores con que Dios lo ha enriquecido.
En efecto, Dios ha tomado la iniciativa para liberar de Egipto a su pueblo. Pero la liberación es siempre un itinerario. Para ser libre, el pueblo ha de comportarse de acuerdo con los grandes valores morales, que tutelan por una parte la majestad de Dios y, por otra, la dignidad de la persona humana. Para eso están los mandamientos.
Al salmo responsorial (Sal 18) la asamblea responde hoy con una confesión de los discípulos de Jesús: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
San Pablo recuerda a los Corintios que ante los signos que exigen los judíos y la sabiduría que buscan los griegos, se alza el misterio de la cruz. Para los primeros, Cristo crucificado es un escándalo. Para los segundos es una necedad. Ahora bien, para los llamados a seguirle, Cristo es fuerza y sabiduría de Dios (1 Cor 1,22-25).
LA PREGUNTA
El evangelio de este tercer domingo de cuaresma nos sitúa en las vísperas de la fiesta de Pascua. Jesús llega al templo de Jerusalén y expulsa a los mercaderes que se han instalado en sus pórticos para vender bueyes, ovejas y palomas para los sacrificios. Además, se enfrenta a los que cambian el dinero profano por las monedas aceptadas para las ofrendas.
Pero la costumbre se había hecho ley. La gente había llegado a aceptar aquel mercado como un servicio al culto que se celebraba en el templo. Ya no percibían que oscurecía el sentido del culto. Los profetas habían dicho que Dios prefiere la misericordia antes que los sacrificios ofrecidos en el templo. Pero aquel mensaje había costado la vida a los profetas.
Ahora Jesús resulta sospechoso para “los judíos” de su tiempo. De hecho, le dirigen una pregunta por su poder y exigen un signo que muestre la autoridad con la que pretende terminar con aquella costumbre. No les bastan los signos de misericordia y compasión con los que Jesús atiende a las gentes. Y no lo reconocen como el verdadero signo de Dios.
LA RESPUESTA
También hoy nos interpela el relato evangélico de la limpieza del templo de Jerusalén. Pero más nos interpela la respuesta que Jesús dirige a los que cuestionan aquella acción.
• Jesús anuncia que el verdadero templo de Dios será su propio cuerpo. A la luz de la fe, nosotros confesamos que la humanidad de Jesús era, es y será siempre el espacio en el que Dios se manifiesta a los hombres. En su humanidad los hombres podemos acercarnos verdaderamente a Dios.
• Para afirmar su autoridad, Jesús ofrecía como signo su poder para reconstruir el templo. Pero no se refería al templo de piedra, sino a su propio cuerpo. En el cuerpo de Cristo podemos descubrir a Dios. En el cuerpo de Cristo damos gloria a Dios y nos encontramos en oración con todos los creyentes.
• Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de sus palabras y llegaron a comprender su promesa de reconstruir el templo. La resurrección de Cristo los llevó a entender que él era el Señor. Jesús era más que aquel Templo y más que la Ley recibida de Moisés.
Jesús busca una religión de vida Jn 2,13-25 (CUB3-21)
1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.
2. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma: en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.
3. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.
Fray Miguel de Burgos Núñez