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La hora de la entrega Jn 12,20-33 (CUB5-21)

 Haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto”. En la cuaresma hemos seguido las alianzas de Dios: con Noé, Abrahan, Moisés y Ciro, rey de los Persas. En el quinto domingo, leemos que por medio de Jeremías Dios promete una alianza nueva y se compromete a crear en nosotros un corazón nuevo (Jer 31,31-34). 

Fiados de sus palabras,  en el salmo responsorial pedimos que el Dios creador continúe su obra en nosotros: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 50).  

En la carta a los Hebreos se nos dice que Cristo “se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna (Heb 5,7-9). La alianza prometida se ha hecho realidad, gracias al perdón que Cristo ha implorado para nosotros.

LA GLORIFICACIÓN

El evangelio según san Juan nos presenta hoy una escena que había de ser profética. Unos “griegos” que habían llegado a Jerusalén para celebrar la Pascua, deseaban ver a Jesús. Así que pidieron la ayuda de dos discípulos que tenían nombre griego: Felipe y Andrés, naturales de Betsaida (Jn 12,20-33). ¿Qué puede significar esa petición?   

• Aquel encuentro con los paganos podría ser un motivo de alegría para Jesús.  Mientras las gentes de su pueblo lo rechazaban, los extranjeron mostraban el deseo de encontrarse con él. El Maesro intuye que ha llegado la hora en que había de ser glorificado.

• Ahora bien, esa glorificación no comportaba un triunfo social. Había llegado la hora de ser entregado y condenado a muerte. Por eso, Jesús se compara con el grano de trigo que cae en el surco. Solo con su aparente destrucción llegará a dar fruto abundante.  

• Hemos de reconocer que todos nosotros buscamos un momento de gloria. Y con frecuencia lo identificamos con el reconocimiento público de nuestras obras. Sin embargo, la gloria de Jesús no viene del aplauso de los hombres, sino de la aprobación del Padre celestial. 

LA ESCUCHA

De todas formas, Jesús sabe que su sacrificio será una fuente de vida para el mundo: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Pero esa atracción no comporta un triunfo humano sino un servicio, al que el Maestro alude por tres veces:  

• “El que quiera servirme que me siga”. Aquellos griegos buscan ver a Jesús, pero Jesús dirá que son dichosos los que creen sin haber visto. Hay que aprender a seguirle por el camino para servirle como a nuestro Maestro y nuestro Señor. 

• “Donde esté yo, allí también estará mi servidor”. Nosotros caemos con frecuencia en la tentación de la prepotencia, pero Jesús nos recuerda que estamos llamados al servicio. Lo compartimos con él en la vida y lo compartiremos con él en la gloria. 

• “A quien me sirva, el Padre lo premiará”. Al fin de la jornada, lo que realmente vale ante el Padre celestial no son nuestros triunfos sociales por brillantes que parezcan. Lo que vale de verdad es el humilde servicio que cada día prestamos a su Hijo y a su mensaje.

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