“El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra” (2 Cró 36,23). Con estas palabras de Ciro, rey de los persas, se anuncia a los hebreos la posibilidad de retornar a Jerusalén y reedificar el templo. Es verdad que rechazando a los profetas, el pueblo había merecido el exilio. Pero Dios se compadece y envía a Ciro como liberador.
El salmo 136 evoca los tiempos del destierro y los cantos de los desterrados. Si algunos se acomodaban a la tierra del exilio, los verdaderos creyentes no querían dejar morir la esperanza de regresar a Jerusalén.
Aquella liberación del pueblo de Israel había sido un don de Dios. Pero en la carta a los Efesios se afirma que la salvación y la resurrección no la hemos conseguido nosotros con nuestro esfuerzo. Es un don gratuito de Dios, rico en misericordia, que nos amó cuando estábamos muertos por los pecados (Ef 2,4-10).
LA SALVACIÓN Y LA FE
En este cuarto domingo de Cuaresma leemos el relato del encuentro de Jesús con Nicodemo. A lo largo de ese diálogo nocturno aparecen cuatro palabras inolvidables: la salvación y la creencia, la vida eterna y la luz (Jn 3,14-21).
• La salvación se presenta como liberación del mal. Los mordidos por las serpientes, allá en el desierto, se curaban al volver los ojos hacia la serpiente de bronce que Moisés levantó en el campamento. Levantado en alto, Jesús manifestará la misericordia de Dios, que “no mandó su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por él”.
• Pero la salvación ha de ser aceptada con fe. El texto evangélico recuerda cinco veces la necesidad de “creer” en Jesús y en su nombre, es decir en su misión. Esa es la actitud fundamental para la salvación: “El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.
• La tercera palabra es la vida eterna. Quien crea en Jesús tendrá vida eterna. La entrega de Jesús por nosotros es el signo definitivo del amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
LA VERDADERA LUZ
Teniendo en cuenta que Nicodemo acude durante la noche a encontrarse con Jesús, no es extraño que la cuarta palabra sea precisamente la luz. La luz es necesaria para vivir, pero hay personas que la detestan. hay personas que, al parecer, prefieren las tinieblas. Pero también hay otras muchas que buscan la luz y se acercan a ella.
• Detestan la luz todos los que no viven de acuerdo con la bondad y la justicia. Se ocultan porque no quieren verse acusados por la maldad de sus acciones u omisiones
• Prefieren las tinieblas a la luz los que viven en la confusión. Su conciencia les ha llevado a descubrir que en su vida no hay armonía. E intuyen que la belleza es armoniosa.
• Sin embargo, se acercan a la luz los que aman la verdad. La verdad no es algo que se conoce o se sabe. La verdad se practica cuando las obras son hechas según los planes de Dios.
Evidentemente, en este relato evangélico la luz no es algo, sino alguien. La verdadera luz que brilla en medio de nuestras tinieblas es el mismo Jesús. Y los que se acercan a él con fe reflejan en el mundo el resplandor de su luz.
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