"Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle." (Mt 2,1-2)
La silueta de la estrella que dirigió a los magos hasta el lugar de Belén donde nació Jesús constituye desde hace siglos uno de los símbolos asociados lógicamente con la Navidad. Para muchos desmitificadores, el episodio en cuestión no pasa de ser un relato fantasioso creado por el cristianismo primitivo. Por el contrario, no han sido pocos los que han tratado de dar una explicación científica al fenómeno aceptando su historicidad. En realidad, ¿qué fue la estrella -astro según el Evangelio de san Mateo- de Belén?
La noche del 17 de diciembre de 1603, el astrónomo Kepler se hallaba sentado en el Hrasdchin de Praga observando la conjunción de dos planetas -Saturno y Júpiter- que se producía en la constelación de los Peces. Mientras se afanaba por calcular sus posiciones, Kepler dio con un escrito del rabino Abarbanel en el que se afirmaba que el nacimiento del Mesías debía producirse precisamente en esas circunstancias cósmicas. Dado que era cristiano, este dato llamó la atención de Kepler que no pudo dejar de preguntarse si el nacimiento de Jesús había tenido lugar en una fecha en que se hubiera producido un fenómeno similar.
Realizando sus cálculos astronómicos, Kepler descubrió que una conjunción semejante se había dado en el 6-7 a. de C. Cuál no sería su sorpresa al percatarse de que esa fecha encajaba a la perfección con los datos proporcionados por el Evangelio de Mateo. En este texto -el primero del Nuevo Testamento- se dice efectivamente que Jesús había nacido cuando aún reinaba Herodes el Grande, el paranoico monarca judío que sembró de cadáveres su reinado incluyendo los de los llamados niños inocentes. Herodes el Grande falleció el 4 a. de C. y, por lo tanto, Jesús debería haber venido a este mundo en una fecha que bien podía ser la del 6-7 a. de C.
Aún más exacto que Kepler fue en 1925, P. Schnabel. Entre otras labores, este erudito descifró unos escritos cuneiformes de la escuela de astrología de Sippar, en Babilonia. En ellos se hacía referencia a la mencionada conjunción en el 7 a. de C. y se indicaba que Júpiter y Saturno habían sido visibles durante un período de cinco meses. Efectivamente, hacia el final de febrero del 7 a. de C. atravesaba el firmamento la constelación mencionada. El 12 de abril ambos planetas efectuaron su orto helíaco a una distancia de 8 grados de longitud en la constelación de los Peces. El 29 de mayo se vio durante dos horas la primera aproximación. La segunda conjunción tuvo lugar el 3 de octubre, el día del Yom Kippur judío o fiesta de la Expiación. El 4 de diciembre se vio por tercera y última vez.
Muy posiblemente, fue esta conjunción la vista por los magos -que no reyes- de los que habla san Mateo, unos personajes que no practicaban las artes ocultas sino que pertenecían a la tribu meda del mismo nombre ya mencionada por Heródoto y que, al parecer, contaban con conocimientos astronómicos. Una vez más, los datos encajaban con el Evangelio de san Mateo e incluso explicarían la manera en que los magos pudieron ver la “estrella” y seguirla durante meses hasta llegar a Palestina. La misma se habría aparecido en diversas ocasiones -la primera llamando su atención, la última indicándoles donde estaba el niño. De esa manera, por lo tanto, Jesús habría nacido en mayo u octubre del 7 a. de C. -más verosímilmente en la primera fecha- y, como señala el primer libro del Nuevo Testamento, su nacimiento había venido acompañado de la visión de un astro en el cielo, astro rastreado por los magos.
Como en tantas otras ocasiones, el análisis de los datos proporcionados por las Escrituras puede constituir un enigma pero su resolución no deriva de negar tajantemente aquellos sino de averiguar la manera en que encajan -generalmente, de manera prodigiosa- en la historia. Como decía el título de una conocida obra de Werner Keller, al final, lo que suele descubrirse es que “la Biblia tenía razón”.
(Artículo publicado en Revista de Libertad Digital)
La noche del 17 de diciembre de 1603, el astrónomo Kepler se hallaba sentado en el Hrasdchin de Praga observando la conjunción de dos planetas -Saturno y Júpiter- que se producía en la constelación de los Peces. Mientras se afanaba por calcular sus posiciones, Kepler dio con un escrito del rabino Abarbanel en el que se afirmaba que el nacimiento del Mesías debía producirse precisamente en esas circunstancias cósmicas. Dado que era cristiano, este dato llamó la atención de Kepler que no pudo dejar de preguntarse si el nacimiento de Jesús había tenido lugar en una fecha en que se hubiera producido un fenómeno similar.
Realizando sus cálculos astronómicos, Kepler descubrió que una conjunción semejante se había dado en el 6-7 a. de C. Cuál no sería su sorpresa al percatarse de que esa fecha encajaba a la perfección con los datos proporcionados por el Evangelio de Mateo. En este texto -el primero del Nuevo Testamento- se dice efectivamente que Jesús había nacido cuando aún reinaba Herodes el Grande, el paranoico monarca judío que sembró de cadáveres su reinado incluyendo los de los llamados niños inocentes. Herodes el Grande falleció el 4 a. de C. y, por lo tanto, Jesús debería haber venido a este mundo en una fecha que bien podía ser la del 6-7 a. de C.
Aún más exacto que Kepler fue en 1925, P. Schnabel. Entre otras labores, este erudito descifró unos escritos cuneiformes de la escuela de astrología de Sippar, en Babilonia. En ellos se hacía referencia a la mencionada conjunción en el 7 a. de C. y se indicaba que Júpiter y Saturno habían sido visibles durante un período de cinco meses. Efectivamente, hacia el final de febrero del 7 a. de C. atravesaba el firmamento la constelación mencionada. El 12 de abril ambos planetas efectuaron su orto helíaco a una distancia de 8 grados de longitud en la constelación de los Peces. El 29 de mayo se vio durante dos horas la primera aproximación. La segunda conjunción tuvo lugar el 3 de octubre, el día del Yom Kippur judío o fiesta de la Expiación. El 4 de diciembre se vio por tercera y última vez.
Muy posiblemente, fue esta conjunción la vista por los magos -que no reyes- de los que habla san Mateo, unos personajes que no practicaban las artes ocultas sino que pertenecían a la tribu meda del mismo nombre ya mencionada por Heródoto y que, al parecer, contaban con conocimientos astronómicos. Una vez más, los datos encajaban con el Evangelio de san Mateo e incluso explicarían la manera en que los magos pudieron ver la “estrella” y seguirla durante meses hasta llegar a Palestina. La misma se habría aparecido en diversas ocasiones -la primera llamando su atención, la última indicándoles donde estaba el niño. De esa manera, por lo tanto, Jesús habría nacido en mayo u octubre del 7 a. de C. -más verosímilmente en la primera fecha- y, como señala el primer libro del Nuevo Testamento, su nacimiento había venido acompañado de la visión de un astro en el cielo, astro rastreado por los magos.
Como en tantas otras ocasiones, el análisis de los datos proporcionados por las Escrituras puede constituir un enigma pero su resolución no deriva de negar tajantemente aquellos sino de averiguar la manera en que encajan -generalmente, de manera prodigiosa- en la historia. Como decía el título de una conocida obra de Werner Keller, al final, lo que suele descubrirse es que “la Biblia tenía razón”.
(Artículo publicado en Revista de Libertad Digital)
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