En este primer día del año, por iniciativa del papa Pablo VI, celebramos la Jornada Mundial de la paz. No es un día para multiplicar los discursos ni la firma de los tratados. En la mayor parte del mundo, se comienza el año civil. No es extraño que evoquemos una bendición al inicio de nuestro caminar.
La bendición litúrgica de hoy se encuentra en el libro bíblico de los Números (Núm 6, 22-27). Como se sabe, fue adoptada también por San Francisco. Y debería formar parte de nuestros mejores deseos para los demás: “El Señor te bendiga y te proteja. Ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.
Bendición y protección, luz y favor, mirada y paz. Todo forma parte del don de Dios. ¿Qué más puede pedir el hombre? Cuando Dios mira a sus hijos les otorga su bendición. Sin despreciar los esfuerzos del no creyente por construir un mundo mejor, los creyentes saben y creen que pueden confiar en una presencia divina que ilumina la existencia humana.
EL NOMBRE DE JESÚS
Por otra parte, este primer día del año civil está dedicado a venerar a Santa María, la Madre de Dios. Pero la Madre no puede ser recordada sin el Hijo. Como escribe San Pablo a los Gálatas (Gál 4, 4-7), el Hijo de Dios nació de una mujer y nació bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley.
También el evangelio que hoy se proclama (Lc 2, 16-21) nos recuerda que a los ocho días de su nacimiento, Jesús es circuncidado. Con aquel rito se incorpora al pueblo de la Ley y de la alianza. Los ritos sagrados son signos que transforman la realidad. Aquel rito nos recuerda algo que hoy echamos de menos: la conciencia de una pertenencia a una comunidad de fe.
El evangelio dice algo más. El hijo de María recibe el nombre de Jesús, que ya había anunciado el ángel. Los padres eligen para su hijo un nombre que para ellos significa algo importante. En este caso, el mismo Dios ha elegido para su Hijo el nombre de “Jesús”, que significa “Dios salva”. Ese nombre revela el ser y la voluntad de Dios: la salvación del hombre.
En nuestros días hay nombres que no significan nada. El nombre de Jesús revela su misión. Nos habla de Dios y nos habla del hombre. Según san Bernardo, el nombre de Jesús es como el aceite, que alumbra en las lámparas, alivia en las heridas y alimenta en las comidas. “Jesús es miel en la boca, melodía en el oído y júbilo en el corazón”
LA MEDITACIÓN DE MARÍA
Además de hablar del hombre y del Dios que nos envía a Jesús, la liturgia de hoy nos habla de María. Como escribe San Agustín, María acoge la palabra de Dios en su mente y ésta se hace realidad en su vientre. En su vientre y en su vida entera.
• “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La palabra de Dios se ha hecho historia en Jesús. De ahora en adelante, escuchar la palabra de Dios habría de llevar a María a contemplar a su Hijo.
• “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La información actual nos hace testigos de los mil acontecimientos que se suceden cada día. La Iglesia entera, como María, ha de prestar atención a la presencia de Dios en el mundo.
• “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Cada uno de los creyentes está llamado a observar el paso de Dios por su propia vida y a contemplar su presencia. Vivir la aventura de la fe más que el saber suscita en nosotros el sabor de lo divino.
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