En esta celebración del nacimiento de Jesús, volvemos a leer las
preciosas palabras que San Agustín pronunciaba en el sermón 187: "La
Palabra, que era Dios antes del tiempo, se hizo carne al llegar el tiempo. El
hacedor del sol se hizo bajo el sol. El que llena el mundo reposa en un
pesebre. Grande en la forma de Dios, pequeño en la forma de hombre. Pero en modo
tal que ni su grandeza se vio disminuida por su pequeñez, ni su pequeñez
absorbida por su grandeza".
Con todo, la Navidad no es sólo memoria de un pasado histórico o
de una verdad de fe acuñada por el tiempo. La Navidad es luz para el presente y
aliento para el futuro. El mismo San Agustín, en el sermón 192 nos exhorta a
hacer posible el nuevo nacimiento de Jesús en nuestra tierra: "Dado que
Cristo es la verdad, la paz y la justicia, concebidle mediante la fe, dadle a
luz mediante las obras, de forma que lo que hizo el seno de María respecto a la
carne de Cristo lo haga vuestro corazón respecto a la ley de Cristo".
Esa visión de la Navidad como don de Dios y como responsabilidad
humana siempre urgente y siempre renovada, es lo que nos distingue como
cristianos.
LOS PASTORES
En la misa de medianoche se proclama el texto evangélico que narra el nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-14). Este relato refiere con sencillez el transcurso de unos sucesos determinados por la política del tiempo: un censo, un desplazamiento de personas, la búsqueda de una posada por parte de un matrimonio y el nacimiento de un niño.
Pero al mismo tiempo nos transmite el sentido de lo sagrado. Vemos
cómo los acontecimientos temporales
contribuyen a hacer presente la eternidad en nuestra tierra. La primera lección
que podemos extraer nos lleva escuchar
la voz de lo alto. Y la segunda, nos enseña a descubrir el rastro de Dios en la
crónica diaria.
Y el modelo son los pastores de Belén, Pasar la noche en vela.
Prestar atención a la voz celestial. Escuchar un mensaje inesperado. Aprender las señales ordinarias
en las que se manifiesta lo extraordinario. Y ponerse en camino para descubrir
la salvación y adorar al Salvador. Esos son los cinco pasos que nos enseñan.
Seguramente todos nosotros estamos llamados a aprender esas
lecciones. De ellas depende el sentido de nuestra vida. Por supuesto, son
imprescindibles para toda la Iglesia, convocada a escuchar una evangelio para
poder evangelizar . Y son necesarias para toda la humanidad que vive más a la
intemperie de lo que ella misma piensa.
Y EL ÁNGEL
Pero no podemos olvidar a los ángeles. Ellos representan la presencia de Dios, su cercanía a los hombres y su mensaje de esperanza para la humanidad.
• “No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para
todo el pueblo”. En las culturas antiguas, las gentes tenían miedo a los
dioses. También hoy muchos desconfían de Dios. Pero en la noche resuena la
buena noticia divina que genera la esperanza humana. La alegría no es un lujo.
Es un don gratuito y generoso para los que escuchan esa noticia.
• “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el
Mesías, el Señor”. El Mesías nació una sola vez. Pero aquel “hoy” sigue
resonando a lo largo de los tiempos. En cada momento de la historia, nosotros
podemos descubrir al Mesías, al Ungido por Dios. Y dejar de confiar en la falsa
salvación que ofrecen las cosas para acoger al único Salvador.
• “Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre”. Nos pasamos la vida mirando a los astros. Y esperando
una llamada fascinante. Y resulta que la señal de Dios se encuentra en la vida.
En la vida incipiente y vulnerable. Sólo la fe nos ayudará a ver la señal de
Dios en el temblor de lo humano.
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