“Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor. ¡Dios está aquí! Venid adoradores; adoremos a Cristo Redentor”. Durante más de un siglo hemos cantado una y mil veces este himno del Congreso Eucarístico Internacional de Madrid, debido a la inspiración del P. Restituto del Valle. Un himno que cantaron algunos de nuestros mártires antes de caer acribillados por las balas. Un himno que refleja los grandes “encuentros” a los que aspira nuestro corazón.
- En primer lugar, en la celebración de la eucaristía presentamos sobre el altar el pan y el vino, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”. La naturaleza y la cultura se encuentran y se unen en nuestra celebración. El mundo cósmico y el esfuerzo de toda la humanidad se convierten en ofrenda a Dios. Y en signo de la presencia de Cristo en la tierra y en la historia humana.
- En este fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo recordamos el pan y vino que Melquisedec ofreció a Abraham (Gén 14,18-20). El primero era rey-sacerdote de los cultos cananeos. El segundo iba siguiendo los pasos del Dios que lo había llamado. Dos pueblos, dos culturas y dos creencias se encontraban en la ofrenda. La eucaristía es signo de la unidad por encima de fronteras y prejuicios.
LA ENTREGA DE CRISTO
San Pablo recuerda una tradición que se remonta al Señor y que él trata de transmitir con toda fidelidad (1 Cor 11, 23-26). Al celebrar la eucaristía hacemos memoria de aquella tradición. La “re-cordamos”, es decir, pasamos por nuestro corazón los gestos y palabras de Jesús y de su Apóstol:
- “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Con el gesto del pan partido y compartido, Jesús quería expresar su entrega a sus hermanos. Los que participaban en aquella cena y los que habríamos de seguir sus pasos a lo largo de los tiempos.
- “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Los pactos y alianzas eran sellados con el sacrificio de un animal. La sangre era símbolo de la vida y de los proyectos comunes. El vino compartido hacía visible el sacrificio de Jesús y sellaba la alianza nueva de Dios con los hombres
- “Haced esto en memoria mía”. No podemos caer en la amnesia. La muerte del Justo injustamente ajusticiado nos interpela. En la Eucaristía proclamamos que su memoria pervive en nosotros. La presencia de Cristo está viva en medio de su comunidad.
- “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. La fe cristiana nos lleva a vivir en una esperanza activa. Deseamos que la presencia de Cristo se haga visible en nuestro mundo. Pablo sabe que la Eucaristía anuncia y anticipa la manifestación de Jesucristo, de su mensaje y de su salvación.
NUESTRA ENTREGA
El evangelio que se proclama en este día nos propone una vez más la meditación sobre el relato de “la multiplicación de los panes y los peces”. Ante la necesidad de la gente y la perplejidad de los discípulos sobresale la decisión de Jesús
• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras no reflejan una opinión personal. No son una simple una llamada a la generosidad personal. Tampoco son solamente una indicación para cambiar un sistema económico-social. Son mucho más.
• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús son una interpelación y un mandato. Están dirigidas a los discípulos que siguen a Jesús. Pero se extienden a todos los cristianos de todos los tiempos. Desenmascaran nuestro egoísmo y nos llaman a la responsabilidad.
• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús son un grito profético que anuncia un mundo de bienes compartidos y denuncia nuestra insolidaridad. La Eucaristía que celebramos nos exige hacer nuestra la entrega de Jesús. Vivir un amor sincero a los demás. Y promover una caridad generosa y una justicia eficaz.
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