En su sermón sobre la Eucaristía, predicaba San Juan de Ávila: “Si tú no creyeres en Jesucristo, el Verbo humanado, en Él está tu salud y la de todos, no puede vivir tu alma. Si no lo crees y amas y obedeces, no te puedes salvar”.
A primera vista, la liturgia de hoy nos habla del pecado, del castigo y de la gracia, de los prejuicios humanos y del juicio divino. Y es verdad. Pero la liturgia de este domingo es, sobre todo, una buena noticia y una celebración de la fe y del amor, del pecado y del perdón, de la culpa y de la salvación.
Y todo ello, evocado por dos experiencias personales. El primer relato nos remite al encuentro del profeta Natán con el rey David. David había sido elegido y mimado por Dios como rey de Judá y de Israel. Pero ha despreciado la palabra del Señor. Eso es el pecado, que en este caso se manifiesta en adulterio y asesinato.
Sin embargo, basta una palabra de arrepentimiento para que el profeta transmita a David un oráculo de acusación y una promesa de perdón.
LOS GESTOS DEL AMOR
El segundo relato nos presenta el encuentro con el profeta Jesús y el piadoso fariseo (Lc 7,36-8,3). Jesús era acusado por los fariseos de comer con los publicanos, o recaudadores de impuestos. Los primeros se consideraban piadosos observantes de la Ley. Los segundo eran considerados como pecadores. Pero Jesús no se deja atrapar por las barreras de la ideología. Acepta entrar en contacto con unos y otros.
Pero en el relato hay un segundo encuentro. Durante la comida, entra en la casa una mujer conocida como pecadora. Se postra ante Jesús y cubre sus pies de lágrimas, de besos y de perfume, enjugándolos con sus propios cabellos. El fariseo no sólo juzga a la mujer sino que juzga a Jesús, dudando de su calidad de profeta.
Jesús muestra esa dignidad profética al dar a entender que no solo reconoce a la mujer sino que conoce la interioridad del fariseo. Es más, contrapone con la valentía propia de los verdaderos profetas la sinceridad de la mujer y el desdén del fariseo. Ella ha empleado los gestos del amor, por inoportunos que pudieran parecer. Él ha despreciado los gestos de la hospitalidad, por convenientes y necesarios que fueran.
LA PALABRA DEL PERDÓN
El relato evangélico incluye una pequeña parábola en la que aparece una tercera contraposición: la de los dos deudores perdonados por el prestamista. Amará más aquel a quien más se le ha perdonado. Lo malo del fariseo no es el pecado, sino el creer que no necesita el perdón. La mujer cree que lo necesita y lo pide con los únicos gestos que conoce.
• “Tus pecados están perdonados”. Esta es la primera frase que Jesús dirige a la mujer. Por palabras como esa será acusado una y otra vez. Pero Jesús es más que cualquiera de los antiguos profetas. El profeta Natán anuncia el perdón de Dios. Jesús lo concede.
• “Tu fe te ha salvado”. Los antiguos profetas afirmaban que sin la fe era imposible sostenerse en pie (cf. Is 7,9). Jesús sabe y proclama que el camino de la salvación no pasa por las obra de la Ley observada por el fariseo, sino por la fe en el Mesías que demuestra la mujer.
• “Vete en paz”. Los antiguos profetas anunciaban que los tiempos mesiánicos estarían marcados por el don de la paz. Jesús es la fuente de la paz. La desea y la concede como fruto y consecuencia del amor.
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