La
codicia por los bienas d ela tierra parece justificar muchos de los esfuerzos
de los hombres. La lucha por conseguir un trabajo, los mil esfuerzos que nos
cuesta, la preocupacion de perderlo, la búsqueda de otro trabajo para hacer
algunas horas suplementarias. Seguramente, todo eso nos resulta conocido.
El libro
del Eclesiastés que hoy se lee cominza afirmando que todo en este mundo es
vanidad, es decir, vaciedad (Ecl 1, 2). Pero añade una nota referida
concretamente al trabajo. (Ecl 2, 21-23). Es una observación que ya debía de
ser preocupante en su tiempo: “Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y
acierto, y tiene que dejarle su porcion a uno que no ha trabajado”.
El centro
de la cuestion no está aquñi en el trabajo sino en esas palabras que evocan la
muerte: “Tener que dejar” el fruto del propio trabajo. El Papa Francisco ha
dicho con humor y realismo que, detrás de un coche fúnebre, nunca se ve un
camión de mudanzas. Nadie se lleva sus tesoros más allá de la muerte.
LA
ARROGANCIA
Además de
referirse con frecuencia a la oración, el evangelio de Lucas se refiere en
numerodad ocasiones al dinero, o mejor a los pobres y a los ricos. El texto que
hoy se proclama en la Liturgia (Lc12, 13-21) podría dividirse en dos partes,
centradas en el tema de la codicia.
En la
primera, uno de los que escuchan a Jesús quiere implicarle en un asunto de
herencias. Sus palabras se parece extrañamente a las de Marta. Tanto aquella
como éste, pretenden que Jesús haga de árbitro en sus asuntos familiares: “Dí a
mi hermana… Dí a mi hermano…” Antes como ahora, muchos quieren que Jesús les
soluciones sus problemas.
En la
seguna parte, se contiene la parábola del rico que ha recogido una abundante cosecha. Pero el contento por
un logro nunca equivale a la alegría. Junto a la satisfaccion por la cosecha
surge el problema por los almacenes que el hombre rico ha de construir para
conservarla.
El
mensaje de la parábola subraya sobre todo la arrogancia de este hombre que
pretende que el tener le garantice el ser. Como si la buena cosecha le
concediera una larga vida. Como en el libro del Eclesiastés, la preocupación
verdadera es la de la caducidad de la existencia.
LA NECEDAD
Es interesante ver cómo la parábola
contrapone a la palabra del rico la palabra de Dios. El Rico espera disfrutar
de su cosecha durante muchos años. Dios le anuncia que su vida ha llegado a su
término.
• “Necio, esta noche te van a exigir la
vida”. En la Biblia el pecado es identificado con frecuencia como “necedad”. Si
la sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la necedad revela su
autosuficiencia, es decir su pecado. Quien decide la vida no es el hombre sino
Dios. Nadie puede aportar por el mañana.
• “Lo que has acumulado ¿de quién será?”. Si
la primera frase pone el rico frente a Dios, verdadero Señor de la vida, la
segunda frase lo encara con las personas que lo rodean. Amigos o enemigos,
ellos serán los herederos de los bienes del rico. Ninguna cosecha le pertenece
para siempre. Siempre hay unos “otros” que heredarán nuestros bienes.
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