“Muera ese Jeremías porque está desmoralizando a los
soldados que quedan en la ciudad, y a todo el pueblo, con semejantes discursos.
Ese hombre no busca el bien del pueblo sino su desgracia”. Así suena la acusación contra el profeta
Jeremías que los príncipes presentan ante el rey Sedecías, según se lee en la
primera lectura de la misa de este domingo (Jer 18, 4-6. 8-10).
Es esta una acusación típica de todos los que quieren
deshacerse de un hombre que al anunciar la palabra de Dios, denuncian las malas
acciones de sus vecinos. El profeta interpela e inquieta. Por eso pretenden
acallarlo. Y la acusacion más habitual es siempre esa: este hombre rompe la paz
social.
Es ciero que el profeta pone en peligro la paz y la
tranquilidad de algunos. Sobre todo la paz que se asiente sobre la injusticia o
sobre el miedo. En lugar de escuchar su mensaje, algunos pretenden acallarlo.
Menos mal que en este caso aparece un hombre que pone en evidencia la maldad de
los acusadores y el rey manda rescatar al profeta.
UNA FAMILIA DIVIDIDA
El evangelio no es un calmante que nos ayuda a
conciliar el sueño en las noches en que nos asaltan las preocupaciones. Tampoco
es un seguro contra los accidentes o las desgracias. El mensaje de Jesús no nos
libra de la enfermedad ni de la muerte natural. Nunca deberíamos pretender
utilizarlo como un tranquilizante.
Según San Ambrosio, puede resultar dura la narración
que hoy se proclama (Lc 12,49-53), Jesús es consciente de que su mensaje no
dejará indiferentes a sus oyentes. Sabe que desencadenará inquietud en las
personas y graves divisiones en el seno de las familias. Hasta los hijos se
enfrentarán a sus padres, aparentemente por causa de la fe.
Evidentemente, Jesús estima la familia humana. El
texto no revela la intención de dividirla, sino que nos da cuenta de lo que
efectivamente sucedió en las primeras comunidades. Y de lo que habría de
suceder a lo largo de los siglos. Muchos cristianos han sido denunciados por
sus mismos familiares.
También hoy las familias se encuentran divididas por
el fundamentalismo de los miembros que se han pasado a otro grupo religioso. O por
los familiares que se burlan de los que tratan de mantener la fe. O por los
jovenes que buscan su afirmación personal renegando de la fe de sus padres. Claro
que, según San Ambrosio, también cabe lo contrario: que los hijos que siguen a
Cristo saquen ventaja a sus padres paganos o paganizados.
EL FUEGO Y EL BAUTISMO
No podemos ignorar la frase con la que
comienza este texto evangélico: “He
venido a prender fuego a la tierra. ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con
un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
Dos partes paralelas que encierran un único mensaje.
• “He venido a traer fuego en el mundo”. El fuego suele ser visto como el símbolo del
amor. En las páginas bíblicas es también el símbolo del juicio. El fuego
purifica los metales. Y a él se arroja la paja. La misión de Jesús somete a
crisis y discernimiento los pretendidos valores de este mundo.
• “Con un bautismo tengo que ser bautizado”.
En la pregunta que Jesús dirige a los hijos de Zebedeo, el bautismo significa
el martirio (Mc 10,38). Jesús prevé que el fuego que ha de derramar sobre la tierra
brotará de su pasión y muerte. Y a ese sacrificio se encamina voluntaria y
generosamente.
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