“La noche de la liberación se les anunció de antemano
a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de
que se fiaban” Así comienza el texto del libro de la Sabiduría que se lee como
primera lectura en la misa de este domingo (Sab 18,6-9). Es un texto que evoca
un pasado de esclavitud. Pero también la llegada de la liberación.
En él se subrayan, al menos, tres detalles que
resultan importantes también para nosotros. En primer lugar, se recuerda la
noche. En la oscuridad los temores se apoderan de las mentes y de los
corazones. Pero precisamente en medio de las tinieblas resonó la señal de Dios
para salir de Egipto y ponerse en camino hacia la tierra de la libertad.
El texto recuerda además que la esperanza de aquella
hora no generó en los padres de Israel un sentimiento de orgullo y de
prepotencia. Y, mucho menos, de olvido de Dios. Al contrario, alimentó la piedad y la oración de los que
sufrían la esclavitud.
Y, en tercer lugar, la esperanza de la partida tampoco
aumentó esos sentimientos de individualismo que nos llevan a ignorar las penas
y las alegrías de los demás. Todos los llamados a salir de Egipto se impusieron
una norma sagrada: ser solidarios en los peligros y en los bienes.
EL TESORO Y EL CORAZÓN
El texto del libro de la Sabiduría prepara nuestro
espíritu para escuchar la palabra del Evangelio. Una palabra que es otro canto
a la libertad y una lección sobre la esperanza (Lc 32-48). También en este
mensaje se subrayan al menos tres virtudes: la generosidad del desprendimiento;
la vigilancia en la espera y la responsabilidad en la convivencia.
- Si esperamos al Señor hemos de superar nuestros
temores y desprendernos de todo eso que consideramos como nuestro tesoro y
repartirlo con generosidad. Las cosas no nos ofrecen la salvación. Nosotros no
esperamos algo: esperamos a Alguien. Y “donde está nuestro tesoro allí ha de
estar nuestro corazón”.
- Si esperamos al Señor, no podemos vivir adormilados.
Se nos pide estar despiertos, vigilantes como el centinela que aguarda la aurora.
Como los criados que aguardan el regreso de su señor. Un señor que recompensa
nuestra espera y nuestra paciencia, haciéndose nuestro servidor.
- Si esperamos al Señor, hemos de mantenernos sobrios.
Las adiciones nos llevan a perder el juicio, nos degradan y nos esclavizan. La
espera nos exige mantener buenas relaciones con nuestros hermanos. Es un
suplicio la espera cuando no se cuida la armonía de la convivencia.
LA PREPARACIÓN Y
LA VENIDA
El centro del
mensaje nos lleva a orientar nuestro ojos hacia Jesús, que se nos presenta como
el Hijo del hombre. Una frase resume la urgencia y el gozo de la espera: “Estad
preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.
• “Estad
preparados”. No se prepara a recibir al
Señor quien sucumbe a las tentaciones de la desesperanza o de la presunción. Las
dos nos llevan a permanecer anclados en el presente. Las dos paralizan a la
Iglesia, a las comunidades y a cada uno de los creyentes. Sólo se prepara quien
acepta el don y la tarea de la esperanza.
• “A la hora que
menos penséis viene el Hijo del hombre”. Mil veces hemos entendido esta frase
como una amenaza. Una nueva vida, un nuevo movimiento en la Iglesia, la llegada
de un nuevo Papa. A la hora que menos pensamos puede abrirse ante nosotros un
panorama insospechado que nos invita a caminar en la esperanza, a construir con
amor, a confesar la fe.
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