“El
injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe”. Ese es el
mensaje que nos transmite hoy el profeta Habacuc (Hab 1,23: 2, 2-4). Todo le
hacía presentir la invasión de los caldeos sobre Palestina, que habría de tener
lugar el año 597. a. C.
Ante sus
ojos se desplegaba una situación de injusticia y de violencia, de luchas y
contiendas. El profeta intuía que un país no puede sostenerse sobre el mal y la
corrupción. La ética social es la base de la paz y de la prosperidad en el
presente. Y es la garantía de la esperanza en un futuro humano y humanizador.
Por otra
parte, la probable invasión de los caldeos no vendría a aportar una solución.
Todo lo contrario. La crueldad, la rapiña, la muerte y el destierro se
perfilaban como negros fantasmas sobre el horizonte del país. En ese momento,
la palabra de Dios advierte al profeta que sólo la fe ayudará a los creyentes a
descubrir el sentido de tanto dolor.
EL TRÍPODE DE LA FE
La fe
aparece de nuevo en el texto evangélico que se proclama en este domingo (Lc 17,
5-10). Tres ideas principales lo recorren: la fuerza, el servicio y la
gratuidad de la fe.
En primer
lugar, a una súplica que le dirigen los apóstoles, Jesús responde con una frase
tan asombrosa como verdadera. Según él, bastaría un granito de fe para arrancar
de raíz una morera y plantarla en el
mar. Tal exageración subraya la eficacia impensable de la fe y deja al descubierto
la debilidad de nuestra creencia.
En
segundo lugar, la inmediata referencia al amo que se dispone a servir a su
criado nos dice que eso sólo es posible gracias a la fe. De ella brota la
fuerza que arranca y traslada la morera. Un granito de fe nos bastaría para
cambiar las estructuras injustas de este mundo. Y para transformar en servicio
humilde la altanería y el orgullo que nos ciegan.
En tercer
lugar, hay una palabra también para el criado. El que ha hecho lo que le había
sido mandado, no puede arrogarse un mérito especial. Los creyente no pueden
presentarse ante Dios exigiendo premios y prebendas. Reconociendo la gratuidad
de la fe, han de repetir con humildad: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho
lo que teníamos que hacer.
EL
AUMENTO DE LA FE
Con todo,
no se puede olvidar la petición que los apóstoles dirigen al Señor. Con ella se
abre esta meditación sobre la fe.
•
“Auméntanos la fe”. Esa oración ha de
ir ritmando el camino diario de todo creyente. La fe es llamada y respuesta. La
fe es un don que nos ha sido concedido gratis, pero ha de ir creciendo gracias
a Dios y mediante nuestra humilde colaboración.
•
“Auméntanos la fe”. Esa oración somete a
revisión el itinerario histórico de la Iglesia, “santa y necesitada de
purificación”. Llamada a creer en su Señor, la Iglesia sabe que la fe crece
cuando se anuncia, se celebra y orienta el humilde servicio al hombre.
•
“Auméntanos la fe”. Esa oración puede
iluminar los pasos de toda la humanidad. Todo ser humano necesita creer y ser
creído. También el no creyente, por ser humano, ha de mantenerse abierto a la
búsqueda del sentido de la existencia.
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