“Los
gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no
ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”. Esta certeza
del poder de la oración de los pobres nos recuerda la parábola de la viuda y el
juez injusto que se proclamaba el domingo pasado. El libro del Eclesiástico
reafirma hoy esa creencia (Eclo 35, 15-22).
Muchas
veces hemos contemplado la parcialidad de las personas y de las instituciones.
Con frecuencia hemos tenido que padecerla, en nosotros mismos o en las personas
más cercanas a nosotros. En cambio, la Escritura nos dice hoy que “El Señor es
un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha
las súplicas del oprimido”.
Si Dios
muestra alguna preferencia la dirige precisamente a los más débiles y
necesitados de protección. Por eso, es un error decir que la fe es alienante.
Quien cree en Dios y trata de vivir según Dios no puede desentenderse de los
últimos de la tierra. Cuando estos se dirigen a Dios, Él los escucha.
EL
PRETEXTO Y LA VERDAD
Tantas
veces presente en el evangelio según San Lucas, la oración es de nuevo el tema
central del evangelio de hoy (Lc 18,9-14. A la parábola de la viuda y el juez
inicuo sigue hoy la parábola del fariseo y el publicano. Con ella se nos dice
que no basta con orar. Existe una piedad falsa y escandalosa. Y otra piedad
humilde, es decir verdadera.
• El
fariseo emplea muchas palabras para orar. Es cierto que levanta su mente hacia
Dios con gratitud. Pero no ora ante Dios sino ante un espejo. Su acción de
gracias es un pretexto para alabarse a sí mismo. Está convencido de que su
salvación depende solo de sus ayunos y limosnas. Se atribuye una limpieza que es un don de Dios.
• El
publicano cobra los tributos que ha de entregar al Imperio. Es visto por todos
como un colaboracionista y un pecador. Nadie lo considera inocente y en nadie
puede apoyarse. Su oración es pobre y elemental en la forma. Admite su verdad y
se dirige a Dios con la humildad de quien sabe que sólo puede encontrar la
salvacion en la misericordia de Dios.
EL PECADO
Y LA COMPASIÓN
Tanto el
fariseo como el publicano creen en Dios. Pero su forma de orar nos revela en
qué Dios creen en realidad. Al decir que el publicano alcanzó la justicia y
santidad de Dios, Jesús nos invita a aprender el espíritu de su oración.
• “Oh
Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos lleva a revisar nuestro
pasado y descubrir en él el rastro y las cicratrices del pecado. De nuestra
rebeldía ante Dios. O de nuestra indiferencia ante nuestros hermanos.
• “Oh
Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos invita a sentir de
verdad la seriedad del pecado. Y, al mismo tiempo, a confesar, con San Bernardo,
que Dios no padece, pero sí que se compadece.
• “Oh
Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos exige admitir y confesar
que solo Dios es Dios. Solo Él nos puede perdonar y aceptar como somos. Sólo él
conoce nuestra verdad y nos puede redimir en su misericordia.
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