“Ahora
reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel”. Así suena la
confesión de la fe de Naamán, jefe del ejército sirio. Enfermo de lepra, llegó
a Samaría buscando remedio para su mal. El profeta Eliseo le mandó bañarse en
el Jordán y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño (2 Re
5,13-17).
Este
hermoso relato recuerda la vulnerabilidad del ser humano. Aunque sea importante y revestido de poder,
el hombre es débil. Aunque haya sido tentado por la altanería, basta la
enfermedad para hacerle descubrir su profunda verdad.
Además el
relato refleja la dignidad del profeta. El hombre de Dios no pretende más que
ser un instrumento en las manos de Dios. Actúa con libertad, con generosidad y
desprendimiento, aceptando a los necesitados, sean de la raza y religión que
sean.
Pero el
relato nos habla, sobre todo, de la fe. Aun siendo pagano, Naamán descubre el
poder de Dios sobre el mal. Y también su misericordia, que acoge a todos los
hombres. No lo limpian las aguas, sino una fe que no tiene fronteras. Dios es
Dios para todos.
LA ORACIÓN Y LA GRATITUD
La lepra
sirve como eslabón para unir a esta lectura el evangelio que hoy se proclama
(Lc 17, 11-19). El profeta Eliseo deja paso al profeta Jesús. Aunque separados
por una rancia enemistad, la enfermedad ha unido a un leproso samaritano con un
grupo de judíos.
Según
manda la Ley, deambulan por los campos sin entrar en los poblados. De algún
modo han oído hablar de Jesús y lo reconocen como un hombre de Dios. Así que
desde lejos le imploran a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Jesús les
envía a los sacerdotes para que certifiquen su curación. Los leprosos confían
en su palabra, puesto que sólo quedan curados mientras van de camino. No es la
Ley la que limpia de la lepra: es la fe
en el Maestro.
Pero el
relato indica que a la gratuidad del profeta ha de responder la gratitud de los
favorecidos. Sin embargo, son diez los que piden la curación y sólo uno el que
la agradece. Uno que, asombrosamente es un samaritano, un enemigo, un
proscrito, un excomulgado.
LA FE Y
LA SALVACIÓN
El relato
se cierra con las palabras que Jesús dirige al único leproso sanado que ha
vuelto hasta él para agradecer la sanación.
•
“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Bien claro queda que los leprosos no
han sido curados por la fuerza de la antigua Ley de Moisés, sino por la fe en
el Maestro de la nueva Ley. La sanación significa la salvación que solo de él
puede venir.
•
“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. También queda claro que el creyente de
hoy ha de aprender a pedir y agradecer. Si puede dirigirse al Señor en oración,
al Señor ha de agradecer siempre la salvación.
•
“Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Y ha de quedar claro que también los
que se consideran lejos pueden acercarse al que es la fuente de la salud y de
la gracia. Hay que vivir la solidaridad en el dolor y en la prueba para poder
celebrar la salvación universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario