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Una fe sin fronteras Lc 17,11-19 (TOC28-13)



“Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel”. Así suena la confesión de la fe de Naamán, jefe del ejército sirio. Enfermo de lepra, llegó a Samaría buscando remedio para su mal. El profeta Eliseo le mandó bañarse en el Jordán y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño (2 Re 5,13-17).  
Este hermoso relato recuerda la vulnerabilidad del ser humano.  Aunque sea importante y revestido de poder, el hombre es débil. Aunque haya sido tentado por la altanería, basta la enfermedad para hacerle descubrir su profunda verdad.
Además el relato refleja la dignidad del profeta. El hombre de Dios no pretende más que ser un instrumento en las manos de Dios. Actúa con libertad, con generosidad y desprendimiento, aceptando a los necesitados, sean de la raza y religión que sean.
Pero el relato nos habla, sobre todo, de la fe. Aun siendo pagano, Naamán descubre el poder de Dios sobre el mal. Y también su misericordia, que acoge a todos los hombres. No lo limpian las aguas, sino una fe que no tiene fronteras. Dios es Dios para todos.

LA ORACIÓN Y LA GRATITUD

La lepra sirve como eslabón para unir a esta lectura el evangelio que hoy se proclama (Lc 17, 11-19). El profeta Eliseo deja paso al profeta Jesús. Aunque separados por una rancia enemistad, la enfermedad ha unido a un leproso samaritano con un grupo de judíos.
Según manda la Ley, deambulan por los campos sin entrar en los poblados. De algún modo han oído hablar de Jesús y lo reconocen como un hombre de Dios. Así que desde lejos le imploran a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.
Jesús les envía a los sacerdotes para que certifiquen su curación. Los leprosos confían en su palabra, puesto que sólo quedan curados mientras van de camino. No es la Ley la que  limpia de la lepra: es la fe en el Maestro.
Pero el relato indica que a la gratuidad del profeta ha de responder la gratitud de los favorecidos. Sin embargo, son diez los que piden la curación y sólo uno el que la agradece. Uno que, asombrosamente es un samaritano, un enemigo, un proscrito, un excomulgado.

LA FE Y LA SALVACIÓN

El relato se cierra con las palabras que Jesús dirige al único leproso sanado que ha vuelto hasta él para agradecer la sanación. 
• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Bien claro queda que los leprosos no han sido curados por la fuerza de la antigua Ley de Moisés, sino por la fe en el Maestro de la nueva Ley. La sanación significa la salvación que solo de él puede venir.
• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. También queda claro que el creyente de hoy ha de aprender a pedir y agradecer. Si puede dirigirse al Señor en oración, al Señor ha de agradecer siempre la salvación.
• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Y ha de quedar claro que también los que se consideran lejos pueden acercarse al que es la fuente de la salud y de la gracia. Hay que vivir la solidaridad en el dolor y en la prueba para poder celebrar la salvación universal.

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