“Vale la
pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos
resucitará”. Estas palabras que se proclaman en la primera lectura de la misa
de hoy (2 Mac 7, 1-2. 9-14) son una auténtica confesión de fe. Son pronunciadas
por uno de los jóvenes macabeos que fueron martirizados por Antíoco IV Epífanes
por negarse a abandonar su fe.
Estas
palabras son interesantes desde el punto de vísta de la ética social. Podrían
ser invocadas hoy para resumir nuestras convicciones sobre la libertad
religiosa. Nadie puede ser obligado a creer y a practicar una religión. Pero
nadie ha de ser obligado a renegar de su fe y abandonar sus prácticas
religiosas o los símbolos que las recogen y significan.
Pero,
además, estas palabras son importantes desde el punto de vista del contenido
mismo de la fe. El pueblo de Israel pensó durante mucho tiempo que el camino de
la persona termina con la muerte. Muy lentamente se fue abriendo paso la
admisión de la justicia de Dios en el más allá y la creencia en la
resurrección.
La
afirmacion de la resurrección de los muertos adquiere su firmeza en una época
de persecución. A los que han dado la última prueba de su fidelidad, Dios no
puede menos de mostrarse fiel. Él no puede ser menos generoso que el hombre. A
quien ha entregado la vida por Él, Dios le devolverá una vida resucitada.
VIDA
TEMPORAL Y VIDA ETERNA
Pues
bien, el evangelio recuerda la pregunta que dirigen a Jesús los saduceos, tan
vinculados al culto en el Templo de Jerusalén. Cuentan a Jesús una inverosímil
historia que nos recuerda la que se nos narra a propósito de Sara, la esposa de
Tobías (Tob 7,11) y la prescripción de la ley del Levirato (Deut 25,5).
En la
mente de los saduceos, la fe en la resurrección futura es ya una complicación
para la vida presente. Si es que existe la resurrección, cuando vuelvan a la
vida sus siete maridos, ¿de quién será esposa la mujer que se fue casando
sucesivamente con todos ellos? Esa es la pregunta. La respuesta de Jesús
contrapone la vida temporal y la vida eterna.
El
matrimonio y la reproducción de la vida reflejan la necesidad impuesta por la
muerte. Pero la vida futura, libre ya de la muerte, no impone la necesidad del
matrimonio. En la respuesta de Jesús sobresale, por tanto, el mensaje de la fe.
Los que sean dignos de la vida eterna son como ángeles: son hijos de Dios y
participan en la resurrección.
AMOR Y
CONFIANZA
Es
interesante ver cómo el evangelio fundamenta la fe en la resurreccion sobre la
revelacion de Dios a Moisés. El guía de Israel lo ha percibido como el Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob”. En ese contexto se sitúan las palabras con las
que concluye Jesús su respuesta.
• “No es
Dios de muertos, sino de vivos”. La suerte del hombre depende de la afirmación
de Dios. La pregunta sobre el ser humano y su destino difícilmente encontrará
respuesta si se ignora a Dios. Dios nos ha creado para la vida. Para la vida
que brota de él y que culminá en él.
• “Para
Dios todos están vivos”. Cuando amamos a una persona querríamos mantenerla en
vida. Hasta los ritos funerarios reflejan este anhelo. Pero lo que es imposible
para el hombre es posible para Dios. Dios es amor. Y el amor es más fuerte que
la muerte. Dios nos ha creado por amor y su amor nos mantiene en vida para
siempre junto a Él.
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