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Un rey diferente Lc 23,35-43 (TOC34-13)



“Hueso y carne tuya somos”. Con estas palabras se dirigen las tribus de Israel a David. Con ellas le anuncian que lo han elegido como rey. Y justifican su decisión, afirmando la comunión de origen y de destino que los unen al que ya reina en Hebrón (2Sam 5, 1-3).
Los enviados le ofrecen el reino con la esperanza de que logre reunir a todas las tribus. Su decisión se apoya, además, en la palabra que Dios mismo había dirigido a David: “Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”.
Pero en el texto hay un tercer motivo. David ofrece un pacto a los representantes del pueblo. Evidentemente, el relato trata de sugerir que ese gesto del elegido como rey retoma y hace suyo el pacto que el Señor ha hecho con su pueblo. 
 
LA TENTACIÓN

Algún novelista ha escrito sobre la última tentación de Jesús. Según el evangelio, esa tentación no es precisamente la del placer. Tampoco es la tentación del tener. La última tentación del Mesías es la del poder. No tanto el dominio político como el poder bajar de la cruz (Lc 23, 35-43). Entre burlas y chanzas, los que le rodean se convierten en tentadores.
-  En primer lugar, hablan las autoridades y el pueblo, que parecen desconfiar de las pretensiones mesianicas de Jesús: “A otros ha salvado: Que se salve a sí mismo, si él es el mesías de Dios, el Elegido”. 
- En segundo lugar, hablan los soldados. Son extranjeros y seguramente paganos. Su burla no tiene un sentido religioso sino político.  Ofreciéndole vinagre, parecen desafiarle: “Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.   
- En tercer lugar, resuena en la escena el sarcasmo de uno de los malhechores colgados con Él. Si pretende que Jesús baje de la cruz es con el deseo de ser liberado también él de ese suplicio: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
La cruz es un desafío para las gentes de todos los tiempos. La fe, la política y el interés se unirán siempre para pretender que Jesús baje de la cruz. Y para obligar a los cristianos a que presenten una fe sin referencia a la cruz.

EL PARAÍSO 

Pero Jesús no bajó de la cruz. Entre la burla y la ironía, Pilató mandó escribir sobre ella: “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”. Y desde ella reina el Mesías de Dios. En torno a la cátedra de la cruz se desarrolla el último diálogo del Maestro con su último discípulo:
• “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. En la súplica del ladrón arrepentido resuena el Antiguo Testamento. En la fe de este malhechor se manifiesta la esperanza del Reino de Dios. Él lo ve llegar en Jesús, el Justo crucificado junto a él. Su oración se hace eco de los que durante siglos pedían a Dios que se acordase de ellos.
• “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. La respuesta de Jesús refleja la gran certeza que abre el Nuevo Testamento: el Reino de Dios ha llegado ya. Ese Reino evoca la armonía del paraíso primordial. Y Jesús, el Justo injustamente ajusticiado, es el nuevo Adán de una nueva creación. Es el Rey que reina desde la cruz.

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