“Tú,
poderosos soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia,
porque puedes hacer cuanto quieres”. Esta oración se encuentra en el texto del
libro de la Sabiduría que hoy se proclama en la celebración de la Eucaristía
(Sap 12, 13.16-19).
Nos
llama la atención la compasión de un Dios que puede hacer cuanto quiere. Entre
nosotros, quien pretende ostentar el poder, se siente autorizado a juzgar con
altanería a los demás. Una actitud muy lejana al comportamiento de Dios.
El texto extrae una doble
lección moral: “Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano,
y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento”.
El proceder de Dios nos revela su corazón y puede enderezar el nuestro.
CLARIDAD Y PACIENCIA
Es un mal tratar de
exterminar a los malos. El sueño utópico de la limpieza universal es admirable,
pero peligroso. En las comunidades cristianas primitivas hubo quien pretendía
que sólo los intachables podrían formar parte de las mismas. En ese contexto
había que recordar la parábola evangélica del trigo y la cizaña.
Algunos criados sugieren a
su amo la necesidad de arrancar inmediatamente la cizaña. Pero el amo teme que
al arrancar la cizaña arranquen también el trigo. No es fácil controlar a los
controladores. Así que es preferible que el trigo y la cizaña crezcan
juntos hasta el tiempo de la siega (Mt
13, 24-43). Hace falta un poco de paciencia.
La
parábola no da la razón a los intransigentes, que quisieran terminar
inmediatamente con el mal. Pero tampoco se la da a los indiferentes, que ya no
ven una distinción entre el bien y el mal. A unos y otros nos enseña que no
somos los jueces definitivos de la historia. Hace falta mucha claridad para
distinguir el bien y el mal.
JUNTOS
HASTA LA SIEGA
“Dejadlos creced juntos
hasta la siega”. Esta advertencia del dueño del sembrado se refiere al trigo y
la cizaña. Junto han de llegar al juicio de Dios. Entonces, “los justos brillarán como el sol en el reino
de los cielos”, como termina diciendo Jesús.
• “Dejadlos creced juntos
hasta la siega”. No tienen razón los indiferentes. El bien y el mal no se
confunden. La cizaña no se convierte en
trigo porque le cambiemos de nombre o porque las leyes le concedan un lugar en
la sociedad. La realidad es más terca que nuestras etiquetas.
• “Dejadlos creced juntos
hasta la siega”. Pero nuestras etiquetas no nos dan derecho a destruir la
realidad. Porque nuestros juicios son provisionales e inciertos. Todos podemos
equivocarnos y arrancar el bien cuando pretendemos arrancar el mal.
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