“Da a tu siervo un corazón
dócil para gobernara tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Ese es el
núcleo de la oración que Salomón dirige al Señor, según el texto bíblico que
hoy se proclama en la celebración de la Eucaristía (1 Reyes 3,5.7-12). Al Señor
le agradó que, en lugar de riquezas o larga vida, Salomón hubiera pedido “discernimiento para
escuchar y gobernar”.
Este relato tiene una gran
actualidad en nuestros días. Nos recuerda que hoy es difícil establecer una distinción entre el bien y el mal. Con
demasiada frecuencia son calificadas como buenas moralmente algunas actitudes y
decisiones que ponen en riesgo valores innegociables como la verdad y la vida,
la honradez en los negocios y la justicia en el gobierno.
Pero este relato nos invita
también a examinar nuestra personal escala de valores, nuestros deseos más
íntimos y nuestras prioridades.
EL TESORO Y LA PERLA
En el evangelio que hoy se
proclama (Mt 13, 44-52) se recuerdan dos breves parábolas de Jesús. Según la
primera, el reino de los cielos, o Reino de Dios, se parece a un tesoro escondido en el campo.
El labrador que lo encuentra sin buscarlo vende todos sus bienes y compra aquel
campo. Sabe que lo que adquiere vale más que aquello que deja.
La segunda parábola nos dice
que el reino de los cielos, o Reino de Dios, se parece también a una perla de
gran valor. El comerciante que la encuentra después de buscarla por todas
partes, vende también sus bienes para hacerse con aquella perla. También él
está dispuesto a dejar lo que tiene para conseguir algo que vale mucho más.
Las dos parábolas nos
enseñan que la sabiduría no consiste en la mera erudición. No es
verdaderamente sabio el que conoce
muchos datos, sino quien sabe tomar la decisión justa en el momento justo. Y
para Jesús, la decisión justa es la de aceptar a Dios como Rey y Señor de la
vida. Según Pablo VI, el Reino de Dios hace que todo lo demás se convierta en
“lo demás”.
LA RED Y LOS PECES
Pero el texto incluye una
tercera imagen. El reino de los cielos se parece a la red que, echada en el mar
por los pescadores, recoge toda clase de peces. También esta parábola nos transmite un mensaje de sabiduría.
• El Reino de Dios tiene una
dimensión universal. Sin distinción de clases y de actitudes personales, todos
estamos llamados a aceptar a Dios como nuestro Señor y como guía de nuestras
vidas.
• El bien y el mal conviven
ante nuestros ojos. En realidad, conviven también en nuestra propia vida y en
el fondo de nuestra conciencia. Pero la convivencia no equivale a indiferencia.
No podemos identificar el mal y el bien.
• Pero el juicio sobre el
bien y el mal no es fácil. Nuestros criterios son superficiales y, a veces, muy
interesados. La parábola dice que la verdadera y definitiva separación entre
los malos y los buenos la harán los ángeles al final del tiempo.
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