La lluvia y la nieve bajan de los cielos, empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar. Gracias a la lluvia puede comer el sembrador.
Un pueblo que vivía del campo podía entender estas imágenes que se encuentran
en el libro de Isaías (Is 55, 10-11).
Pero el profeta no se limitaba a evocar la experiencia del
labrador. La lluvia y la nieve eran para él la imagen más clara de la palabra
de Dios. Sin ella no habrá una buena cosecha. El Papa Francisco ha escrito que
no sabemos, dónde ni cuándo ni cómo dará fruto.
Pero en el texto del
profeta escuchamos la promesa del mismo Dios: “La palabra que ale de mi boca no
volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. No es una
obra de magia. La palabra de Dios requiere una cogida cordial por nuestra
parte.
LA NOTICIA Y EL AVISO
“Salió
el sembrador a sembrar…” (Mt 13, 1-23). La parábola evangélica del sembrador es
conocida por todos los cristianos. Es
verdad que muchos nos fijamos en la segunda parte. En ella se evocan las
condiciones, los vicios y las virtudes
de los oyentes de la palabra de Dios, para tratar de explicar el fracaso o el
éxito de la predicación.
Pero en la primera parte de
la parábola Jesús no habla tanto del sembrado como del sembrador. Se insiste en
la fe del sembrador, en su confianza, en su esperanza. Esparce la semilla
generosamente, en todo terreno y con igual dedicación. El buen sembrador es Dios.
La primera parte de la
parábola es una buena noticia para los desesperanzados de esta tierra. Se nos
anuncia que Dios tiene un proyecto sobre el mundo y sobre la evangelización y
que está decidido a sacarlo adelante a pesar de las dificultades.
La segunda parte es un aviso
a los presuntuosos: Si el proyecto de
Dios se retrasa no es por culpa suya o por la mala calidad de la semilla sino
por el rechazo humano. La primera parte
invita a la gratitud; la segunda a la responsabilidad.
OJOS Y OÍDOS
Entre la parábola del
sembrador y su comentario alegórico encontramos una bienaventuranza: “¡Dichosos
vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!”
• Esta frase resume todas
las bienaventuranzas de Jesús. La dicha verdadera brota de la aceptación
incondicional a su palabra. Una aceptación que pasa por los sentidos
corporales. Es preciso ver y oír. La salvación no nace de una idea abstracta,
sino del encuentro con una persona que se dirige a nosotros.
• Pero esta bienaventuranza
no se limita a los cristianos: es una oferta dirigida a toda persona. Todos hemos de dar fruto en la vida. Para
ello tendremos que descubrir el valor positivo del mundo y de la vida. Y
tendremos que confiar en la siembra, porque sabemos y creemos que existe un
Sembrador.
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