“La misericordia del Señor
no termina y no se acaba su compasión; antes bien se renuevan cada mañana. ¡Qué
grande es tu fidelidad!” (Lam 3,22-23). Esa confesión de fe que se encuentra en
el Libro de las Lamentaciones recoge los dos grandes atributos con los que Dios
se presenta a sí mismo ante Moisés (Éx
34,6-7).
El poema recoge los lamentos
de un hombre agotado, enfermo, próximo a los umbrales de la muerte. Sin
embargo, no cae en el abatimiento y en la desesperación. Aun en esta situación
tan difícil, su fe lo ayuda a confiar en el Dios misericordioso y fiel que no
olvida a sus hijos.
El texto que hoy se proclama
se cierra con unos versos en los que se repiten por tres veces las expresiones
relativas a la esperanza. Hermoso ese último verso en el que nos parece
descubrir la serena confianza del que sufre sin abandonar su fe: “Es bueno
esperar en silencio la salvación del Señor” (Lam 3,26).
EL BAUTISMO Y LA MUERTE
Esta experiencia de la fe en momentos
difíciles se hace especialmente llamativa en este día en que recordamos a
nuestros hermanos difuntos. En la carta a los Romanos (6,3-9), el apóstol Pablo
recuerda la vinculación entre la muerte y el bautismo. Al bajar a las aguas
bautismales nos unimos a la muerte de Cristo y a la esperanza de su
resurrección.
No es extraño que en la
liturgia funeral se hagan presentes algunos ritos que nos recuerdan nuestro
bautismo, como el manto que a veces cubre el ataúd, el encendido del cirio
pascual, o la aspersión con el agua bendita. Evidentemente, no se trata de
magia. Se trata de evidenciar aquello en lo que creemos.
Y creemos que la muerte al
pecado nos une a la victoria de Cristo sobre el mal y sobre la muerte. Con
razón exclama San Pablo: “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los
muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él”.
PROMESAS DE ESPERANZA
Es
necesario insistir: no se trata de magia, se trata de fe. Así lo dice Jesús a
sus discípulos en el evangelio que hoy se proclama (Jn 14,1-6): “Creed en Dios
y creed también en mí”. El Maestro se compromete con tres promesas que alientan
nuestra esperanza:
•
Os prepararé sitio. Jesús se refiere al final del camino, al encuentro y la
convivencia, el amor y la intimidad. Esas son las imágenes que evocan la
felicidad de una vida prometida, que ha de durar para siempre, siempre,
siempre.
•
Volveré y os llevaré conmigo. Al leer estas palabras recordamos a Moisés que,
enviado por Dios desde el desierto, vuelve donde sus hermanos para liberarlos y
llevarlos consigo hacia el camino de la libertad. Jesús es el nuevo y
definitivo liberador.
•
“Para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Jesús había sido anunciado
con el título del “Emmanuel”, es decir,
Dios con nosotros. En esta promesa, que recuerda las palabras que dirige al
ladrón arrepentido, Jesús se compromete a cumplir su nombre: estaremos con Él.
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