“Ojalá rasgases el cielo y
bajases, derritiendo los montes con tu presencia” (Is 64,1). Ese grito, que se encuentra en la tercera parte
del libro del profeta Isaías, parece reflejar una situación de angustia y una
gran esperanza. Y así es. Incluido en la primera lectura de la misa hoy, nos
introduce de lleno en el espíritu del Adviento.
El profeta observa con
preocupación la infidelidad de su pueblo. Son muchos los que andan extraviados.
Dan muestras de tener un corazón endurecido. No invocan el nombre del Señor ni
se esfuerzan por aferrarse a él. Lo admitan o no, son víctimas de sus propias culpas. Pero el
profeta reconoce que nadie hace tanto por su pueblo como el mismo Dios.
Por eso el profeta se dirige
a él con una asombrosa confianza: “Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la
arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”. Y le pide que rasgue
los cielos y se haga presente con su salvación en medio de su pueblo. Un anhelo
que recoge el salmo responsorial al repetir: “Ven a salvarnos… ven a visitar tu
viña” (Sal 79).
LA ESPERA Y LA TAREA
También en el evangelio que hoy se proclama
aparece por dos veces la alusión a la venida del dueño de la casa (Mc
13,33-37). Es muy clara e intuitiva esa
breve parábola de Jesús. Nos presenta a un
patrón que se va de viaje, asignando una tarea a cada uno de sus criados
y encargando al portero de la casa que esté atento para recibirle a su regreso.
Como se ve, el patrón no
señala al partir el momento en que volverá a su casa. Este dato es muy
importante. Él es el dueño de la casa y no pretende desentenderse de ella. Es
su casa y quiere encontrarla abierta al regresar de su viaje. Él es el señor y
quiere que sus criados cumplan con su misión siempre y en todo momento.
La parábola tiene una
aplicación inmediata a este tiempo de Adviento que hoy comienza en la Iglesia
latina de rito romano. Este es el tiempo que nos recuerda nuestra vocación a la
esperanza. Nuestra fe nos lleva a vivir aguardando la venida del Señor y la
manifestación de su reino en la tierra. Pero no esperamos en la ociosidad. Se
nos ha confiado una tarea concreta.
EL SUEÑO Y LA VIGILA
Por tres veces aparece en el
evangelio de hoy la exhortación a la vigilancia. El dueño de la casa sabe de
sobra que la rutina en el trabajo y el olvido de las tareas pueden generar
sopor y somnolencia. Pero es preciso mantenerse despiertos.
• “Vigilad, pues no sabéis
cuándo es el momento”. Es verdad que no sabemos cuándo se manifestará en su
plenitud el reino que esperamos. Además, sufrimos la tentación de olvidar la
importancia definitiva del momento que vivimos en el presente.
• “Velad, pues no sabéis
cuándo vendrá el dueño de la casa”. Casi siempre creemos que hay que velar, porque
tememos la venida del Señor como la amenaza de un castigo. Pero olvidamos que
también se mantiene en vela quien espera a la persona amada.
• “Lo que os digo a
vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!” La exhortación de Jesús se dirige a cada
uno de nosotros. No podemos vivir en la acedia ni en el pesimismo estéril, como
dice el Papa Francisco. Esperar es operar. Aguardar la venida del Señor nos
lleva a vivir con generosidad la
vocación al amor y el compromiso con la vida, con la verdad y la justicia.
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